Página 312 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
es vida. Una fe viva significa un aumento de vigor, una confianza
implícita por la cual el alma llega a ser una potencia vencedora.
Después de sanar a la mujer, Jesús deseó que ella reconociese
la bendición recibida. Los dones del Evangelio no se obtienen a
hurtadillas ni se disfrutan en secreto. Así también el Señor nos invita
a confesar su bondad. “Vosotros pues sois mis testigos, dice Jehová,
que yo soy Dios.
Nuestra confesión de su fidelidad es el factor escogido por el
Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia
como fué dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será
más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos
testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de
un poder divino. Cada persona tiene una vida distinta de todas las
demás y una experiencia que difiere esencialmente de la suya. Dios
desea que nuestra alabanza ascienda a él señalada por nuestra propia
individualidad. Estos preciosos reconocimientos para alabanza de la
gloria de su gracia, cuando son apoyados por una vida semejante a
la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación
de las almas.
Cuando los diez leprosos vinieron a Jesús para ser sanados, les
ordenó que fuesen y se mostrasen al sacerdote. En el camino que-
daron limpios, pero uno solo volvió para darle gloria. Los otros
siguieron su camino, olvidándose de Aquel que los había sanado.
¡Cuántos hay que hacen todavía lo mismo! El Señor obra de conti-
nuo para beneficiar a la humanidad. Está siempre impartiendo sus
bondades. Levanta a los enfermos de las camas donde languidecen,
libra a los hombres de peligros que ellos no ven, envía a los ángeles
celestiales para salvarlos de la calamidad, para protegerlos de “la
pestilencia que ande en oscuridad” y de la “mortandad que en medio
del día destruya;
pero sus corazones no quedan impresionados.
El dió toda la riqueza del cielo para redimirlos; y sin embargo, no
piensan en su gran amor. Por su ingratitud, cierran su corazón a la
gracia de Dios. Como el brezo del desierto, no saben cuándo viene
el bien, y sus almas habitan en los lugares yermos.
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Para nuestro propio beneficio, debemos refrescar en nuestra men-
te todo don de Dios. Así se fortalece la fe para pedir y recibir siempre
más. Hay para nosotros mayor estímulo en la menor bendición que
recibimos de Dios, que en todos los relatos que podemos leer de la