Capítulo 37—Los primeros evangelistas
Este capítulo está basado en Mateo 10; Marcos 6:7-11; Lucas 9:1-6.
Los Apóstoles eran miembros de la familia de Jesús y le habían
acompañado mientras viajaba a pie por Galilea. Habían compar-
tido con él los trabajos y penurias que le habían tocado. Habían
escuchado sus discursos, habían andado y hablado con el Hijo de
Dios, y de su instrucción diaria habían aprendido a trabajar para la
elevación de la humanidad. Mientras Jesús ministraba a las vastas
muchedumbres que se congregaban en derredor de él, sus discípulos
le acompañaban, ávidos de hacer cuanto les pidiera y de aliviar su la-
bor. Ayudaban a ordenar a la gente, traían a los afligidos al Salvador
y procuraban la comodidad de todos. Estaban alerta para discernir a
los oyentes interesados, les explicaban las Escrituras y de diversas
maneras trabajaban para su beneficio espiritual. Enseñaban lo que
habían aprendido de Jesús y obtenían cada día una rica experiencia.
Pero necesitaban también aprender a trabajar solos. Les faltaba to-
davía mucha instrucción, gran paciencia y ternura. Ahora, mientras
él estaba personalmente con ellos para señalarles sus errores, acon-
sejarlos y corregirlos, el Salvador los mandó como representantes
suyos.
Mientras habían estado con él, los discípulos se habían sentido
con frecuencia perplejos a causa de las enseñanzas de los sacerdotes
y fariseos, pero habían llevado sus perplejidades a Jesús. El les
había presentado las verdades de la Escritura en contraste con la
tradición. Así había fortalecido su confianza en la Palabra de Dios,
y en gran medida los había libertado del temor de los rabinos y de
su servidumbre a la tradición. En la educación de los discípulos, el
ejemplo de la vida del Salvador era mucho más eficaz que la simple
instrucción doctrinaria. Cuando estuvieran separados de su Maestro,
recordarían cada una de sus miradas, su tono y sus palabras. Con
frecuencia, mientras estuvieran en conflicto con los enemigos del
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