Página 315 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Los primeros evangelistas
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Evangelio, repetirían sus palabras, y al ver su efecto sobre la gente,
se regocijarían mucho.
Llamando a los doce en derredor de sí, Jesús les ordenó que
fueran de dos en dos por los pueblos y aldeas. Ninguno fué enviado
solo, sino que el hermano iba asociado con el hermano, el amigo con
el amigo. Así podían ayudarse y animarse mutuamente, consultando
y orando juntos, supliendo cada uno la debilidad del otro. De la
misma manera, envió más tarde a los setenta. Era el propósito del
Salvador que los mensajeros del Evangelio se asociaran de esta
manera. En nuestro propio tiempo la obra de evangelización tendría
mucho más éxito si se siguiera fielmente este ejemplo.
El mensaje de los discípulos era el mismo que el de Juan el
Bautista y el de Cristo mismo: “El reino de los cielos se ha acercado.”
No debían entrar en controversia con la gente acerca de si Jesús
de Nazaret era el Mesías; sino que en su nombre debían hacer
las mismas obras de misericordia que él había hecho. Les ordenó:
“Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera
demonios: de gracia recibisteis, dad de gracia.”
Durante su ministerio, Jesús dedicó más tiempo a sanar a los
enfermos que a predicar. Sus milagros atestiguaban la verdad de sus
palabras de que no había venido para destruir, sino para salvar. Su
justicia iba delante de él y la gloria del Señor era su retaguardia.
Dondequiera que fuera, le precedían las nuevas de su misericordia.
Donde había pasado, los objetos de su compasión se regocijaban en
su salud y en el ejercicio de sus facultades recobradas. Se congre-
gaban muchedumbres en derredor de ellos, para oír de sus labios
las obras que el Señor había hecho. Su voz era el primer sonido que
muchos habían oído, su nombre la primera palabra que hubiesen
pronunciado, su rostro el primero que hubiesen mirado. ¿Por qué no
habrían de amar a Jesús y cantar sus alabanzas? Mientras él pasaba
por los pueblos y ciudades, era como una corriente vital que difundía
vida y gozo por dondequiera que fuera.
Los seguidores de Cristo han de trabajar como él obró. Hemos
de alimentar a los hambrientos, vestir a los desnudos y consolar a
los dolientes y afligidos. Hemos de ministrar a los que desesperan e
inspirar esperanza a los descorazonados. Y para nosotros se cumplirá
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también la promesa: “Irá tu justicia delante de ti, y la gloria de
Jehová será tu retaguardia.
El amor de Cristo, manifestado en un