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El Deseado de Todas las Gentes
muy angustiados en cuanto a saber qué hacer. Habían hallado mucho
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estímulo en su trabajo; porque Cristo no los había mandado sin su
Espíritu, y por la fe en él habían realizado muchos milagros; pero
ahora necesitaban alimentarse con el pan de vida. Necesitaban ir
a un lugar de retraimiento, donde pudiesen estar en comunión con
Jesús y recibir instrucciones para su obra futura.
“Y él les dijo: Venid vosotros aparte al lugar desierto, y reposad
un poco.” Cristo está lleno de ternura y compasión por todos los que
participan en su servicio. El quería mostrar a sus discípulos que Dios
no requiere sacrificio sino misericordia. Ellos habían consagrado
todo su corazón a trabajar por la gente, y esto agotó su fuerza física
y mental. Era su deber descansar.
Al notar los discípulos cómo sus labores tenían éxito, corrían
peligro de atribuirse el mérito a sí mismos, de sentir orgullo espi-
ritual, y así caer bajo las tentaciones de Satanás. Les esperaba una
gran obra, y ante todo debían aprender que su fuerza no residía en sí
mismos, sino en Dios. Como Moisés en el desierto del Sinaí, como
David entre las colinas de Judea, o Elías a orillas del arroyo de Ca-
rit, los discípulos necesitaban apartarse del escenario de su intensa
actividad, para ponerse en comunión con Cristo, con la naturaleza y
con su propio corazón.
Mientras los discípulos habían estado ausentes en su jira mi-
sionera, Jesús había visitado otras aldeas y pueblos, predicando el
Evangelio del reino. Fué más o menos en aquel entonces cuando
recibió las nuevas de la muerte del Bautista. Este acontecimiento
le presentó vívidamente el fin hacia el cual se dirigían sus propios
pasos. Densas sombras se estaban acumulando sobre su senda. Los
sacerdotes y rabinos estaban buscando ocasión para lograr su muerte,
los espías vigilaban sus pasos, y por todas partes se multiplicaban las
maquinaciones para destruirle. Habían llegado a Herodes noticias
de la predicación de los apóstoles por Galilea, y ello había llamado
su atención a Jesús y su obra. “Este es Juan el Bautista—decía:—él
ha resucitado de los muertos,” y expresó el deseo de ver a Jesús.
Herodes temía constantemente que se preparase secretamente una
revolución con el objeto de destronarle y librar a la nación judía del
yugo romano. Entre la gente cundía el espíritu de descontento e insu-
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rrección. Era evidente que las labores públicas de Cristo en Galilea
no podían continuar por mucho tiempo. Se acercaban las escenas de