Venid, reposad un poco
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sus sufrimientos, y él anhelaba apartarse por unos momentos de la
confusión de la multitud.
Con corazones entristecidos, los discípulos de Juan habían se-
pultado su cuerpo mutilado. Luego “fueron, y dieron las nuevas a
Jesús.” Estos discípulos habían sentido envidia de Cristo cuando les
parecía que apartaba la gente de Juan. Se habían puesto de parte
de los fariseos para acusarle cuando se hallaba sentado con los pu-
blicanos en el festín de Mateo. Habían dudado de su misión divina
porque no había libertado al Bautista. Pero ahora que su maestro
había muerto, y anhelaban consuelo en su gran tristeza y dirección
para su obra futura, vinieron a Jesús y unieron su interés con el suyo.
Ellos también necesitaban momentos de tranquilidad para estar en
comunión con el Salvador.
Cerca de Betsaida, en el extremo septentrional del lago, había
una región solitaria, entonces hermosamente cubierta por el fresco y
verde tapiz de la primavera, y ofrecía un grato retiro a Jesús y sus
discípulos. Se dirigieron hacia ese lugar, cruzando el agua con su
bote. Allí estarían lejos de las vías de comunicación y del bullicio
y agitación de la ciudad. Las escenas de la naturaleza eran en sí
mismas un reposo, un cambio grato a los sentidos. Allí podrían ellos
escuchar las palabras de Cristo sin oír las airadas interrupciones, las
réplicas y acusaciones de los escribas y fariseos. Allí disfrutarían de
unos cortos momentos de preciosa comunión en la compañía de su
Señor.
El descanso que Cristo y sus discípulos tomaron no era un des-
canso egoísta y complaciente. El tiempo que pasaron en retraimiento
no lo dedicaron a buscar placeres. Conversaron de la obra de Dios y
de la posibilidad de alcanzar mayor eficiencia en ella. Los discípu-
los habían estado con Jesús y podían comprenderle; no necesitaba
hablarles en parábolas. El corrigió sus errores y les aclaró la me-
jor manera de acercarse a la gente. Les reveló más plenamente los
preciosos tesoros de la verdad divina. Quedaron vivificados por el
poder divino y llenos de esperanza y valor.
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Aunque Jesús podía realizar milagros y había dotado a sus discí-
pulos del poder de realizarlos también, recomendó a sus cansados
siervos que se apartasen al campo y descansasen. Cuando dijo que
la mies era mucha, y pocos los obreros, no impuso a sus discípulos
la necesidad de trabajar sin cesar, sino que dijo: “Rogad, pues, al