Página 328 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.
Dios ha asignado
a cada uno su obra según su capacidad
y él no quiere que unos
pocos estén recargados de responsabilidades, mientras que los otros
no llevan ninguna carga, trabajo ni preocupación del alma.
Las compasivas palabras de Cristo se dirigen a sus obreros actua-
les tanto como a sus discípulos de entonces. “Venid vosotros aparte,
... y reposad un poco,” dice aún a aquellos que están cansados y ago-
biados. No es prudente estar siempre bajo la tensión del trabajo y la
excitación, aun mientras se atiendan las necesidades espirituales de
los hombres; porque de esta manera se descuida la piedad personal
y se agobian las facultades de la mente, del alma y del cuerpo. Se
exige abnegación de los discípulos de Cristo y ellos deben hacer
sacrificios; pero deben tener cuidado, no sea que por su exceso de
celo, Satanás se aproveche de la debilidad humana y perjudique la
obra de Dios.
En la estima de los rabinos, era la suma de la religión estar
siempre en un bullicio de actividad. Ellos querían manifestar su
piedad superior por algún acto externo. Así separaban sus almas de
Dios y se encerraban en la suficiencia propia. Existen todavía los
mismos peligros. Al aumentar la actividad, si los hombres tienen
éxito en ejecutar algún trabajo para Dios, hay peligro de que confíen
en los planes y métodos humanos. Propenden a orar menos y a
tener menos fe. Como los discípulos, corremos el riesgo de perder
de vista cuánto dependemos de Dios y tratar de hacer de nuestra
actividad un salvador. Necesitamos mirar constantemente a Jesús
comprendiendo que es su poder lo que realiza la obra. Aunque
hemos de trabajar fervorosamente para la salvación de los perdidos,
también debemos tomar tiempo para la meditación, la oración y el
estudio de la Palabra de Dios. Es únicamente la obra realizada con
mucha oración y santificada por el mérito de Cristo, la que al fin
habrá resultado eficaz para el bien.
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Ninguna vida estuvo tan llena de trabajo y responsabilidad como
la de Jesús, y, sin embargo, cuán a menudo se le encontraba en
oración. Cuán constante era su comunión con Dios. Repetidas veces
en la historia de su vida terrenal, se encuentran relatos como éste:
“Levantándose muy de mañana, aun muy de noche, salió y se fué a
un lugar desierto, y allí oraba.” “Y se juntaban muchas gentes a oír y
ser sanadas de sus enfermedades. Mas él se apartaba a los desiertos,