Venid, reposad un poco
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y oraba.” “Y aconteció en aquellos días, que fué al monte a orar, y
pasó la noche orando a Dios.
En una vida completamente dedicada al beneficio ajeno, el Sal-
vador hallaba necesario retirarse de los caminos muy transitados y
de las muchedumbres que le seguían día tras día. Debía apartarse
de una vida de incesante actividad y contacto con las necesidades
humanas, para buscar retraimiento y comunión directa con su Pa-
dre. Como uno de nosotros, participante de nuestras necesidades
y debilidades, dependía enteramente de Dios, y en el lugar secreto
de oración, buscaba fuerza divina, a fin de salir fortalecido para
hacer frente a los deberes y las pruebas. En un mundo de pecado,
Jesús soportó luchas y torturas del alma. En la comunión con Dios,
podía descargarse de los pesares que le abrumaban. Allí encontraba
consuelo y gozo.
En Cristo el clamor de la humanidad llegaba al Padre de compa-
sión infinita. Como hombre, suplicaba al trono de Dios, hasta que su
humanidad se cargaba de una corriente celestial que conectaba a la
humanidad con la divinidad. Por medio de la comunión continua,
recibía vida de Dios a fin de impartirla al mundo. Su experiencia ha
de ser la nuestra.
“Venid vosotros aparte,” nos invita. Si tan sólo escuchásemos su
palabra, seríamos más fuertes y más útiles. Los discípulos buscaban
a Jesús y le relataban todo; y él los estimulaba e instruía. Si hoy
tomásemos tiempo para ir a Jesús y contarle nuestras necesidades, no
quedaríamos chasqueados; él estaría a nuestra diestra para ayudar-
nos. Necesitamos más sencillez, más confianza en nuestro Salvador.
Aquel cuyo nombre es “Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz;”
Aquel de quien está escrito: “El dominio estará sobre su hombro,”
es el Consejero Admirable. El nos ha invitado a que le pidamos
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sabiduría. Y la “da a todos abundantemente y no zahiere.
En todos los que reciben la preparación divina, debe revelarse
una vida que no está en armonía con el mundo, sus costumbres o
prácticas; y cada uno necesita tener experiencia personal en cuanto
a obtener el conocimiento de la voluntad de Dios. Debemos oírle
individualmente hablarnos al corazón. Cuando todas las demás voces
quedan acalladas, y en la quietud esperamos delante de él, el silencio
del alma hace más distinta la voz de Dios. Nos invita: “Estad quietos,
y conoced que yo soy Dios.
Solamente allí puede encontrarse