Página 332 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
El día les parecía como el cielo en la tierra, y no se daban la menor
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cuenta de cuánto tiempo hacía que no habían comido.
Por fin había transcurrido ya el día, el sol se estaba hundiendo en
el occidente, y la gente seguía demorándose. Jesús había trabajado
todo el día, sin comer ni descansar. Estaba pálido por el cansancio y
el hambre, y los discípulos le rogaron que dejase de trabajar. Pero
él no podía apartarse de la muchedumbre que le oprimía de todas
partes.
Los discípulos se acercaron finalmente a él, insistiendo en que
para el mismo beneficio de la gente había que despedirla. Muchos
habían venido de lejos, y no habían comido desde la mañana. En
las aldeas y pueblos de los alrededores podían conseguir alimentos.
Pero Jesús dijo: “Dadles vosotros de comer,” y luego, volviéndose
a Felipe, preguntó: “¿De dónde compraremos pan para que coman
éstos?” Esto lo dijo para probar la fe del discípulo. Felipe miró el
mar de cabezas, y pensó que sería imposible proveer alimentos para
satisfacer las necesidades de una muchedumbre tan grande. Contestó
que doscientos denarios de pan no alcanzarían para que cada uno
tuviese un poco. Jesús preguntó cuánto alimento podía encontrarse
entre la multitud. “Un muchacho está aquí—dijo Andrés,—que
tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; ¿mas qué es esto entre
tantos?” Jesús ordenó que le trajesen estas cosas y luego pidió a los
discípulos que hiciesen sentar a la gente sobre la hierba, en grupos
de cincuenta y de cien personas, para conservar el orden, y a fin de
que todos pudiesen presenciar lo que iba a hacer. Hecho esto, Jesús
tomó los alimentos, y “alzando los ojos al cielo, bendijo, y partió
y dió los panes a los discípulos, y los discípulos a las gentes.” “Y
comieron todos, y se hartaron. Y alzaron de los pedazos doce cofines
llenos, y de los peces.”
El que enseñaba a la gente la manera de obtener paz y felicidad
se preocupaba tanto de sus necesidades temporales como de las
espirituales. La gente estaba cansada y débil. Había madres con
niños en brazos, y niñitos que se aferraban de sus faldas. Muchos
habían estado de pie durante horas. Habían estado tan intensamente
interesados en las palabras de Cristo, que ni siquiera habían pensado
en sentarse, y la muchedumbre era tan numerosa que había peligro
de que se pisotearan unos a otros. Jesús les daba ahora ocasión de
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