“Dadles vosotros de comer”
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descansar, invitándolos a sentarse. Había mucha hierba en ese lugar,
y todos podían reposar cómodamente.
Cristo no realizó nunca un milagro que no fuese para suplir una
necesidad verdadera, y cada milagro era de un carácter destinado
a conducir a la gente al árbol de la vida, cuyas hojas son para la
sanidad de las naciones. El alimento sencillo que las manos de los
discípulos hicieron circular, contenía numerosas lecciones. Era un
menú humilde el que había sido provisto; los peces y los panes de
cebada eran la comida diaria de los pescadores que vivían alrededor
del mar de Galilea. Cristo podría haber extendido delante de la gente
una comida opípara, pero los alimentos preparados solamente para
satisfacer el apetito no habrían impartido una lección benéfica. Cristo
enseñaba a los concurrentes que las provisiones naturales que Dios
hizo para el hombre habían sido pervertidas. Y nunca disfrutó nadie
de lujosos festines preparados para satisfacer un gusto pervertido
como esta gente disfrutó del descanso y de la comida sencilla que
Jesús le proveyó tan lejos de las habitaciones de los hombres.
Si los hombres fuesen hoy sencillos en sus costumbres, y vivie-
sen en armonía con las leyes de la naturaleza, como Adán y Eva
en el principio, habría abundante provisión para las necesidades de
la familia humana. Habría menos necesidades imaginarias, y más
oportunidades de trabajar en las cosas de Dios. Pero el egoísmo y la
complacencia del gusto antinatural han producido pecado y miseria
en el mundo, por los excesos de un lado, y por la carencia del otro.
Jesús no trataba de atraer a la gente a sí por la satisfacción de
sus deseos de lujo. Para aquella vasta muchedumbre, cansada y
hambrienta después del largo día de excitaciones, el sencillo menú
era una garantía no sólo de su poder, sino de su tierno cuidado
manifestado hacia ellos en las necesidades comunes de la vida. El
Salvador no ha prometido a quienes le sigan los lujos del mundo; su
alimento puede ser sencillo y aun escaso; su suerte puede hallarse
limitada estrechamente por la pobreza; pero él ha empeñado su
palabra de que su necesidad será suplida, y ha prometido lo que es
mucho mejor que los bienes mundanales: el permanente consuelo
de su propia presencia.
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Al alimentar a los cinco mil, Jesús alzó el velo del mundo de
la naturaleza y reveló el poder que se ejerce constantemente para
nuestro bien. En la producción de las mieses terrenales, Dios obra