Página 334 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
un milagro cada día. Por medio de agentes naturales, se realiza la
misma obra que fué hecha al alimentar a la multitud. Los hombres
preparan el suelo y siembran la semilla, pero es la vida de Dios la
que hace germinar la simiente. Es la lluvia, el aire y el sol de Dios lo
que le hace producir, “primero hierba, luego espiga, después grano
lleno en la espiga.
Es Dios quien alimenta cada día los millones
con las mieses de esta tierra. Los hombres están llamados a cooperar
con Dios en el cuidado del grano y la preparación del pan, y por esto
pierden de vista la intervención divina. No dan a Dios la gloria que
se debe a su santo nombre. Atribuyen la obra de su poder a causas
naturales o a instrumentos humanos. Glorifican al hombre en lugar
de Dios, y pervierten para usos egoístas sus dones misericordiosos,
haciendo de ellos una maldición en vez de una bendición. Dios está
tratando de cambiar todo esto. Desea que nuestros sentidos embo-
tados sean vivificados para discernir su bondad misericordiosa y
glorificarle por la manifestación de su poder. Desea que le reconoz-
camos en sus dones, a fin de que ellos sean, como él quería, una
bendición para nosotros. Con este fin fueron realizados los milagros
de Cristo.
Después que la multitud hubo sido alimentada, sobraba abun-
dante comida; pero el que dispone de todos los recursos del poder
infinito dijo: “Recoged los pedazos que han quedado, porque no se
pierda nada.” Estas palabras significaban más que poner el pan en
los cestos. La lección era doble. Nada se había de desperdiciar. No
hemos de perder ninguna ventaja temporal. No debemos descuidar
nada de lo que puede beneficiar a un ser humano. Recójase todo
lo que aliviará la necesidad de los hambrientos de esta tierra. Debe
manifestarse el mismo cuidado en las cosas espirituales. Cuando
se recogieron los cestos de fragmentos, la gente se acordó de sus
amigos en casa. Querían que ellos participasen del pan que Cristo
había bendecido. El contenido de los canastos fué distribuído entre
la ávida muchedumbre y llevado por toda la región circundante. Así
también los que estuvieron en el festín debían dar a otros el pan
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del cielo para satisfacer el hambre del alma. Habían de repetir lo
que habían aprendido acerca de las cosas admirables de Dios. Nada
había de perderse. Ni una sola palabra concerniente a su salvación
eterna había de caer inútilmente al suelo.