“Dadles vosotros de comer”
331
El milagro de los panes enseña una lección en cuanto a depender
de Dios. Cuando Cristo alimentó a los cinco mil, la comida no estaba
cerca. Aparentemente él no disponía de recursos. Allí estaba, en el
desierto, con cinco mil hombres, además de las mujeres y los niños.
El no había invitado a la vasta muchedumbre. Ella había venido sin
invitación ni orden; pero él sabía que después de haber escuchado
por tanto tiempo sus instrucciones, se sentían hambrientos y débiles;
porque él también participaba de su necesidad de alimento. Estaban
lejos de sus casas, y la noche se acercaba. Muchos estaban sin
recursos para comprar alimento. El que por ellos había ayunado
cuarenta días en el desierto, no quería dejarlos volver hambrientos a
sus casas. La providencia de Dios había colocado a Jesús donde se
hallaba; y él dependía de su Padre celestial para obtener los medios
para aliviar la necesidad.
Y cuando somos puestos en estrecheces, debemos depender de
Dios. Hemos de ejercer sabiduría y juicio en toda acción de la vi-
da, a fin de no colocarnos en situación de prueba por procederes
temerarios. No debemos sumirnos en dificultades descuidando los
medios que Dios ha provisto y usando mal las facultades que nos ha
dado. Los que trabajan para Cristo deben obedecer implícitamente
sus instrucciones. La obra es de Dios, y si queremos beneficiar a
otros debemos seguir sus planes. No puede hacerse del yo un centro;
el yo no puede recibir honra. Si hacemos planes según nuestras
propias ideas, el Señor nos abandonará a nuestros propios errores.
Pero cuando, después de seguir sus indicaciones, somos puestos en
estrecheces, nos librará. No hemos de renunciar a la lucha, desalen-
tados, sino que en toda emergencia hemos de procurar la ayuda de
Aquel que tiene recursos infinitos a su disposición. Con frecuencia,
estaremos rodeados de circunstancias penosas, y entonces, con la
más plena confianza, debemos depender de Dios. El guardará a to-
da alma puesta en perplejidad por tratar de andar en el camino del
Señor.
[337]
Por medio del profeta, Cristo nos ha ordenado: “Que partas tu
pan con el hambriento,” “y saciares el alma afligida,” “que cuando
vieres al desnudo, lo cubras,” “y a los pobres errantes metas en
casa.
Nos ha dicho: “Id por todo el mundo; predicad el evangelio
a toda criatura.
Pero cuán a menudo nos descorazonamos y nos
falta la fe, al ver cuán grande es la necesidad y cuán pequeños los