Página 337 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“Dadles vosotros de comer”
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fieles y fervientes, cuyas manos estén también llenas de alimento
para la muchedumbre hambrienta. Dios no se olvida de los que
trabajan con amor para dar la Palabra de vida a las almas que perecen,
quienes a su vez extienden las manos para recibir alimento para otras
almas hambrientas.
En nuestro trabajo para Dios, corremos el peligro de confiar
demasiado en lo que el hombre, con sus talentos y capacidad, puede
hacer. Así perdemos de vista al único Artífice Maestro. Con de-
masiada frecuencia, el que trabaja para Cristo deja de comprender
su responsabilidad personal. Corre el peligro de pasar su carga a
organizaciones, en vez de confiar en Aquel que es la fuente de to-
da fuerza. Es un grave error confiar en la sabiduría humana o en
los Números para hacer la obra de Dios. El trabajar con éxito para
Cristo depende no tanto de los Números o del talento como de la
pureza del propósito, de la verdadera sencillez de una fe ferviente
y confiada. Deben llevarse responsabilidades personales, asumirse
deberes personales, realizarse esfuerzos personales en favor de los
que no conocen a Cristo. En vez de pasar nuestra responsabilidad a
alguna otra persona que consideramos más capacitada que nosotros,
obremos según nuestra capacidad.
Cuando se nos presente la pregunta: “¿De dónde compraremos
pan para que éstos coman?” no demos la respuesta de la incredulidad.
Cuando los discípulos oyeron la indicación del Salvador: “Dadles
vosotros de comer,” se les presentaron todas las dificultades. Pre-
guntaron: ¿Iremos por las aldeas a comprar pan? Así también ahora,
cuando la gente está privada del pan de vida, los hijos del Señor
preguntan: ¿Mandaremos llamar a alguno de lejos, para que venga
y los alimente? Pero ¿qué dijo Cristo? “Haced recostar la gente,” y
allí los alimentó. Así, cuando estemos rodeados de almas meneste-
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rosas, sepamos que Cristo está allí. Pongámonos en comunión con
él; traigamos nuestros panes de cebada a Jesús.
Los medios de los cuales disponemos no parecerán tal vez sufi-
cientes para la obra; pero si queremos avanzar con fe, creyendo en
el poder de Dios que basta para todo, se nos presentarán abundantes
recursos. Si la obra es de Dios, él mismo proveerá los medios para
realizarla. El recompensará al que confíe sencilla y honradamente
en él. Lo poco que se emplea sabia y económicamente en el servicio
del Señor del cielo, se multiplicará al ser impartido. En las manos de