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El Deseado de Todas las Gentes
Cuando la dificultad nos sobreviene, con cuánta frecuencia so-
mos como Pedro. Miramos las olas en vez de mantener nuestros ojos
fijos en el Salvador. Nuestros pies resbalan, y las orgullosas aguas
sumergen nuestras almas. Jesús no le había pedido a Pedro que fuera
a él para perecer; él no nos invita a seguirle para luego abandonarnos.
“No temas—dice,—porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres
tú. Cuando pasares por las aguas, yo seré contigo; y por los ríos,
no te anegarán. Cuando pasares por el fuego, no te quemarás, ni la
llama arderá en ti. Porque yo Jehová Dios tuyo, el Santo de Israel,
soy tu Salvador.
Jesús leía el carácter de sus discípulos. Sabía cuán intensamente
había de ser probada su fe. En este incidente sobre el mar, deseaba
revelar a Pedro su propia debilidad, para mostrarle que su seguridad
estaba en depender constantemente del poder divino. En medio de
las tormentas de la tentación, podía andar seguramente tan sólo si,
desconfiando totalmente de sí mismo, fiaba en el Salvador. En el
punto en que Pedro se creía fuerte, era donde era débil; y hasta
que pudo discernir su debilidad no pudo darse cuenta de cuánto
necesitaba depender de Cristo. Si él hubiese aprendido la lección
que Jesús trataba de enseñarle en aquel incidente sobre el mar, no
habría fracasado cuando le vino la gran prueba.
Día tras día, Dios instruye a sus hijos. Por las circunstancias
de la vida diaria, los está preparando para desempeñar su parte en
aquel escenario más amplio que su providencia les ha designado.
Es el resultado de la prueba diaria lo que determina su victoria o su
derrota en la gran crisis de la vida.
Los que dejan de sentir que dependen constantemente de Dios,
serán vencidos por la tentación. Podemos suponer ahora que nuestros
pies están seguros y que nunca seremos movidos. Podemos decir
con confianza: Yo sé a quién he creído; nada quebrantará mi fe
en Dios y su Palabra. Pero Satanás está proyectando aprovecharse
de nuestras características heredadas y cultivadas, y cegar nuestros
ojos acerca de nuestras propias necesidades y defectos. Únicamente
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comprendiendo nuestra propia debilidad y mirando fijamente a Jesús,
podemos estar seguros.
Apenas hubo tomado Jesús su lugar en el barco, cuando el viento
cesó, “y luego el barco llegó a la tierra donde iban.” La noche de
horror fué sucedida por la luz del alba. Los discípulos, y otros que