Página 371 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La verdadera señal
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había alimentado en Betsaida eran judíos; éstos eran gentiles y
paganos. El prejuicio judío era todavía fuerte en el corazón de los
discípulos, y respondieron a Jesús: “¿De dónde podrá alguien hartar
a éstos de pan aquí en el desierto?” Pero, obedientes a su palabra, le
trajeron lo que tenían: siete panes y dos peces. La muchedumbre fué
alimentada, y sobraron siete grandes cestos de fragmentos. Cuatro
mil hombres, además de las mujeres y los niños, repararon así sus
fuerzas, y Jesús los despidió llenos de alegría y gratitud.
Luego, tomando un bote con sus discípulos, cruzó el lago hasta
Magdalá, en el extremo sur de la llanura de Genesaret. En la re-
gión de Tiro y Sidón, su ánimo había quedado confortado por la
implícita confianza de la mujer sirofenisa. Los paganos de Decápolis
le habían recibido con alegría. Ahora al desembarcar otra vez en
Galilea, donde su poder se había manifestado de la manera más
sorprendente, donde había efectuado la mayor parte de sus obras
de misericordia y había difundido su enseñanza, fué recibido con
incredulidad despectiva.
Una diputación de fariseos había sido reforzada por representan-
tes de los ricos y señoriales saduceos, el partido de los sacerdotes,
los escépticos y aristócratas de la nación. Las dos sectas habían
estado en acerba enemistad. Los saduceos cortejaban el favor del
poder gobernante, a fin de conservar su propia posición y autoridad.
Por otro lado, los fariseos fomentaban el odio popular contra los
romanos, anhelando el tiempo en que pudieran desechar el yugo de
los conquistadores. Pero los fariseos y saduceos se unieron ahora
contra Cristo. Los iguales se buscan; y el mal, dondequiera que
exista, se confabula con el mal para destruir lo bueno.
Ahora los fariseos y saduceos vinieron a Cristo, pidiendo una
señal del cielo. Cuando, en los días de Josué, Israel salió a pelear
con los cananeos en Beth-orón, el sol se detuvo a la orden del
caudillo hasta que se logró la victoria. Y muchos prodigios similares
se habían manifestado en la historia de Israel. Exigieron a Jesús
alguna señal parecida. Pero estas señales no eran lo que los judíos
necesitaban. Ninguna simple evidencia externa podía beneficiarlos.
Lo que necesitaban no era ilustración intelectual, sino renovación
espiritual.
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“Hipócritas—dijo Jesús,—que sabéis hacer diferencia en la faz
del cielo”—pues estudiando el cielo podían predecir el tiempo;—“¿y