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El Deseado de Todas las Gentes
en las señales de los tiempos no podéis?” Las palabras que Cristo
pronunciaba con el poder del Espíritu Santo que los convencía de
pecado eran la señal que Dios había dado para su salvación. Y habían
sido dadas señales directas del cielo para atestiguar la misión de
Cristo. El canto de los ángeles a los pastores, la estrella que guió a
los magos, la paloma y la voz del cielo en ocasión de su bautismo,
eran testimonios en su favor.
“Y gimiendo en su espíritu, dice: ¿Por qué pide señal esta gene-
ración?” “Mas señal no le será dada, sino la señal de Jonás profeta.”
Como Jonás había estado tres días y tres noches en el vientre de la
ballena, Cristo había de pasar el mismo tiempo “en el corazón de
la tierra.” Y como la predicación de Jonás era una señal para los
habitantes de Nínive, la predicación de Cristo era una señal para su
generación. Pero, ¡qué contraste en la manera de recibir la palabra!
Los habitantes de la gran ciudad pagana temblaron al oír la amo-
nestación de Dios. Reyes y nobles se humillaron; encumbrados y
humildes juntos clamaron al Dios del cielo, y su misericordia les
fué concedida. “Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio
con esta generación—había dicho Cristo,—y la condenarán; porque
ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; y he aquí más que
Jonás en este lugar.
Cada milagro que Cristo realizaba era una señal de su divinidad.
El estaba haciendo la obra que había sido predicha acerca del Mesías,
pero para los fariseos estas obras de misericordia eran una ofensa
positiva. Los dirigentes judíos miraban con despiadada indiferencia
el sufrimiento humano. En muchos casos, su egoísmo y opresión
habían causado la aflicción que Cristo aliviaba. Así que sus milagros
les eran un reproche.
Lo que indujo a los judíos a rechazar la obra del Salvador era
la más alta evidencia de su carácter divino. El mayor significado
de sus milagros se ve en el hecho de que eran para bendición de
la humanidad. La más alta evidencia de que él provenía de Dios
estriba en que su vida revelaba el carácter de Dios. Hacía las obras y
pronunciaba las palabras de Dios. Una vida tal es el mayor de todos
los milagros.
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Cuando se presenta el mensaje de verdad en nuestra época, son
muchos los que, como los judíos, claman: Muéstrenos una señal.
Realice un milagro. Cristo no ejecutó milagro a pedido de los fari-