Página 375 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La verdadera señal
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presenta teorías especulativas que minan sus principios. La explican
en forma que destruye su fuerza.
La hipocresía de los fariseos era resultado de su egoísmo. La
glorificación propia era el objeto de su vida. Esto era lo que los
inducía a pervertir y aplicar mal las Escrituras, y los cegaba en cuanto
al propósito de la misión de Cristo. Aun los discípulos de Cristo
estaban en peligro de albergar este mal sutil. Los que decían seguir a
Cristo, pero no lo habían dejado todo para ser sus discípulos, sentían
profundamente la influencia del raciocinio de los fariseos. Con
frecuencia vacilaban entre la fe y la incredulidad, y no discernían los
tesoros de sabiduría escondidos en Cristo. Los mismos discípulos,
aunque exteriormente lo habían abandonado todo por amor a Jesús,
no habían cesado en su corazón de desear grandes cosas para sí.
Este espíritu era lo que motivaba la disputa acerca de quién sería
el mayor. Era lo que se interponía entre ellos y Cristo, haciéndolos
tan apáticos hacia su misión de sacrificio propio, tan lentos para
comprender el misterio de la redención. Así como la levadura, si se
la deja completar su obra, ocasionará corrupción y descomposición,
el espíritu egoísta, si se lo alberga, produce la contaminación y la
ruina del alma.
¡Cuán difundido está, hoy como antaño, este pecado sutil y enga-
ñoso entre los seguidores de nuestro Señor! ¡Cuán a menudo nuestro
servicio por Cristo y nuestra comunión entre unos y otros quedan
manchados por el secreto deseo de ensalzar al yo! ¡Cuán presto a
manifestarse está el pensamiento de adulación propia y el anhelo
de la aprobación humana! Es el amor al yo, el deseo de un camino
más fácil que el señalado por Dios, lo que induce a substituir los pre-
ceptos divinos por las teorías y tradiciones humanas. A sus propios
discípulos se dirigen las palabras amonestadoras de Cristo: “Mirad,
y guardaos de la levadura de los fariseos.”
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La religión de Cristo es la sinceridad misma. El celo por la gloria
de Dios es el motivo implantado por el Espíritu Santo; y únicamente
la obra eficaz del Espíritu puede implantar este motivo. Únicamente
el poder de Dios puede desterrar el egoísmo y la hipocresía. Este
cambio es la señal de su obra. Cuando la fe que aceptamos destruye
el egoísmo y la simulación, cuando nos induce a buscar la gloria
de Dios y no la nuestra, podemos saber que es del debido carácter.
“Padre, glorifica tu nombre,
fué el principio fundamental de la vida