Página 385 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Previsiones de la cruz
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vital, el amor de Cristo se difunde por todas las partes de su cuerpo
místico. Somos miembros unos de otros, y el alma que se niega a
impartir perecerá. Y “¿de qué aprovecha al hombre—dijo Jesús,—si
granjeare todo el mundo, y perdiere su alma? O ¿qué recompensa
dará el hombre por su alma?”
Más allá de la pobreza y humillación del presente, él señaló a
sus discípulos su venida en gloria, no con el esplendor de un trono
terrenal, sino con la gloria de Dios y las huestes celestiales. Y en-
tonces, dijo, “pagará a cada uno conforme a sus obras.” Luego, para
alentarlos, les dió la promesa: “De cierto os digo: hay algunos de
los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan vis-
to al Hijo del hombre viniendo en su reino.” Pero los discípulos
no comprendieron sus palabras. La gloria parecía lejana. Sus ojos
estaban fijos en la visión más cercana, la vida terrenal de pobre-
za, de humillación y sufrimiento. ¿Debían abandonar sus brillantes
expectativas del reino del Mesías? ¿No habían de ver a su Señor
exaltado al trono de David? ¿Podría ser que Cristo hubiera de vivir
como humilde vagabundo sin hogar, y hubiera de ser despreciado,
rechazado y ejecutado? La tristeza oprimía su corazón, por cuanto
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amaban a su Maestro. La duda acosaba también sus mentes, porque
les parecía incomprensible que el Hijo de Dios fuese sometido a
tan cruel humillación. Se preguntaban por qué habría de ir volun-
tariamente a Jerusalén para recibir el trato que les había dicho que
iba a recibir. ¿Cómo podía resignarse a una suerte tal y dejarlos en
mayores tinieblas que aquellas en las cuales se debatían antes que
se revelase a ellos?
En la región de Cesarea de Filipos, Cristo estaba fuera del alcance
de Herodes y Caifás, razonaban los discípulos. No tenían nada que
temer del odio de los judíos ni del poder de los romanos. ¿Por qué
no trabajar allí, lejos de los fariseos? ¿Por qué necesitaba entregarse
a la muerte? Si había de morir, ¿cómo podría establecerse su reino
tan firmemente que las puertas del infierno no prevaleciesen contra
él? Para los discípulos, esto era, a la verdad, un misterio.
Ya estaban viajando por la ribera del mar de Galilea hacia la
ciudad donde todas sus esperanzas quedarían destrozadas. No se
atrevían a reprender a Cristo, pero conversaban entre sí en tono
bajo y pesaroso acerca de lo que sería el futuro. Aun en medio de
sus dudas, se aferraban al pensamiento de que alguna circunstancia