Página 388 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
para que en la hora del poder de las tinieblas no les falte la fe. El
rocío cae abundantemente sobre su cuerpo postrado, pero él no le
presta atención. Las espesas sombras de la noche le rodean, pero
él no considera su lobreguez. Y así las horas pasan lentamente. Al
principio, los discípulos unen sus oraciones a las suyas con sincera
devoción; pero después de un tiempo los vence el cansancio y, a
pesar de que procuran sostener su interés en la escena, se duermen.
Jesús les ha hablado de sus sufrimientos; los trajo consigo esta noche
para que pudiesen orar con él; aun ahora está orando por ellos. El
Salvador ha visto la tristeza de sus discípulos, y ha deseado aliviar
su pesar dándoles la seguridad de que su fe no ha sido inútil. No
todos, aun entre los doce, pueden recibir la revelación que desea
impartirles. Sólo los tres que han de presenciar su angustia en el
Getsemaní han sido elegidos para estar con él en el monte. Ahora, su
principal petición es que les sea dada una manifestación de la gloria
que tuvo con el Padre antes que el mundo fuese, que su reino sea
revelado a los ojos humanos, y que sus discípulos sean fortalecidos
para contemplarlo. Ruega que ellos puedan presenciar una mani-
festación de su divinidad que los consuele en la hora de su agonía
suprema, con el conocimiento de que él es seguramente el Hijo de
Dios, y que su muerte ignominiosa es parte del plan de la redención.
Su oración es oída. Mientras está postrado humildemente sobre
el suelo pedregoso, los cielos se abren de repente, las áureas puertas
de la ciudad de Dios quedan abiertas de par en par, y una irradiación
santa desciende sobre el monte, rodeando la figura del Salvador. Su
divinidad interna refulge a través de la humanidad, y va al encuentro
de la gloria que viene de lo alto. Levantándose de su posición postra-
da, Cristo se destaca con majestad divina. Ha desaparecido la agonía
de su alma. Su rostro brilla ahora “como el sol” y sus vestiduras son
“blancas como la luz.”
Los discípulos, despertándose, contemplan los raudales de gloria
que iluminan el monte. Con temor y asombro, miran el cuerpo
radiante de su Maestro. Y al ser habilitados para soportar la luz
maravillosa, ven que Jesús no está solo. Al lado de él, hay dos seres
celestiales, que conversan íntimamente con él. Son Moisés, quien
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había hablado sobre el Sinaí con Dios, y Elías, a quien se concedió
el alto privilegio—otorgado tan sólo a otro de los hijos de Adán—de
no pasar bajo el poder de la muerte.