Página 389 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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La transfiguración
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Quince siglos antes, sobre el monte Pisga, Moisés había contem-
plado la tierra prometida. Pero a causa de su pecado en Meriba, no
le fué dado entrar en ella. No le tocó el gozo de conducir a la hueste
de Israel a la herencia de sus padres. Su ferviente súplica: “Pase yo,
ruégote, y vea aquella tierra buena, que está a la parte allá del Jordán,
aquel buen monte, y el Líbano,
fué denegada. La esperanza que
durante cuarenta años había iluminado las tinieblas de sus peregrina-
ciones por el desierto, debió frustrarse. Una tumba en el desierto fué
el fin de aquellos años de trabajo y congoja pesada. Pero “Aquel que
es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente
de lo que pedimos o entendemos,
había contestado en esta medida
la oración de su siervo. Moisés pasó bajo el dominio de la muerte,
pero no permaneció en la tumba. Cristo mismo le devolvió la vida.
Satanás, el tentador, había pretendido el cuerpo de Moisés por causa
de su pecado; pero Cristo el Salvador lo sacó del sepulcro
En el monte de la transfiguración, Moisés atestiguaba la victoria
de Cristo sobre el pecado y la muerte. Representaba a aquellos que
saldrán del sepulcro en la resurrección de los justos. Elías, que había
sido trasladado al cielo sin ver la muerte, representaba a aquellos
que estarán viviendo en la tierra cuando venga Cristo por segunda
vez, aquellos que serán “transformados, en un momento, en un abrir
de ojo, a la final trompeta;” cuando “esto mortal sea vestido de
inmortalidad,” y “esto corruptible fuere vestido de incorrupción.
Jesús estaba vestido por la luz del cielo, como aparecerá cuando
venga “la segunda vez, sin pecado, ... para salud.” Porque él vendrá
“en la gloria de su Padre con los santos ángeles.
La promesa que
hizo el Salvador a los discípulos quedó cumplida. Sobre el monte, el
futuro reino de gloria fué representado en miniatura: Cristo el Rey,
Moisés el representante de los santos resucitados, y Elías de los que
serán trasladados.
Los discípulos no comprenden todavía la escena; pero se re-
gocijan de que el paciente Maestro, el manso y humilde, que ha
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peregrinado de acá para allá como extranjero sin ayuda, ha sido
honrado por los favorecidos del cielo. Creen que Elías ha venido
para anunciar el reinado del Mesías, y que el reino de Cristo está por
establecerse en la tierra. Quieren desterrar para siempre el recuerdo
de su temor y desaliento. Desean permanecer allí donde la gloria de
Dios se revela. Pedro exclama: “Maestro, bien será que nos quede-