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El Deseado de Todas las Gentes
reprenderás a tu prójimo, y no consentirás sobre él pecado.
Es
decir, que si uno descuida el deber que Cristo ordenó en cuanto a
restaurar a quienes están en error y pecado, se hace partícipe del
pecado. Somos tan responsables de los males que podríamos haber
detenido como si los hubiésemos cometido nosotros mismos.
Pero debemos presentar el mal al que lo hace. No debemos hacer
de ello un asunto de comentario y crítica entre nosotros mismos; ni
siquiera después que haya sido expuesto a la iglesia nos es permitido
repetirlo a otros. El conocimiento de las faltas de los cristianos será
tan sólo una piedra de tropiezo para el mundo incrédulo; y espacián-
donos en estas cosas no podemos sino recibir daño nosotros mismos;
porque contemplando es como somos transformados. Mientras trata-
mos de corregir los errores de un hermano, el Espíritu de Cristo nos
inducirá a escudarle en lo posible de la crítica aun de sus propios
hermanos, y tanto más de la censura del mundo incrédulo. Nosotros
mismos erramos y necesitamos la compasión y el perdón de Cristo,
y él nos invita a tratarnos mutuamente como deseamos que él nos
trate.
“Todo lo que ligareis en la tierra, será ligado en el cielo; y todo
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lo que desatareis en la tierra, será desatado en el cielo.” Obráis como
embajadores del cielo, y lo que resulte de vuestro trabajo es para la
eternidad.
Pero no hemos de llevar esta gran responsabilidad solos. Cristo
mora dondequiera que se obedezca su palabra con corazón sincero.
No sólo está presente en las asambleas de la iglesia, sino que estará
dondequiera que sus discípulos, por pocos que sean, se reunan en su
nombre. Y dice: “Si dos de vosotros se convinieren en la tierra, de
toda cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los
cielos.”
Jesús dice: “Mi Padre que está en los cielos,” como para recordar
a sus discípulos que mientras que por su humanidad está vinculado
con ellos, participa de sus pruebas y simpatiza con ellos en sus
sufrimientos, por su divinidad está unido con el trono del Infinito.
¡Admirable garantía! Los seres celestiales se unen con los hombres
en simpatía y labor para la salvación de lo que se había perdido. Y
todo el poder del cielo se pone en combinación con la capacidad
humana para atraer las almas a Cristo.
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