Página 416 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
El sacerdote había cumplido esa mañana la ceremonia que con-
memoraba la acción de golpear la roca en el desierto. Esa roca era un
símbolo de Aquel que por su muerte haría fluir raudales de salvación
a todos los sedientos. Las palabras de Cristo eran el agua de vida.
Allí en presencia de la congregada muchedumbre se puso aparte
para ser herido, a fin de que el agua de la vida pudiese fluir al mundo.
Al herir a Cristo, Satanás pensaba destruir al Príncipe de la vida;
pero de la roca herida fluía agua viva. Mientras Jesús hablaba al
pueblo, los corazones se conmovían con una extraña reverencia y
muchos estaban dispuestos a exclamar, como la mujer de Samaria:
“Dame esta agua, para que no tenga sed.”
Jesús conocía las necesidades del alma. La pompa, las riquezas
y los honores no pueden satisfacer el corazón. “Si alguno tiene
sed, venga a mí y beba.” Los ricos, los pobres, los encumbrados
y los humildes son igualmente bienvenidos. El promete aliviar el
ánimo cargado, consolar a los tristes, dar esperanza a los abatidos.
Muchos de los que oyeron a Jesús lloraban esperanzas frustradas;
muchos alimentaban un agravio secreto; muchos estaban tratando de
satisfacer su inquieto anhelo con las cosas del mundo y la alabanza
de los hombres; pero cuando habían ganado todo encontraban que
habían trabajado tan sólo para llegar a una cisterna rota en la cual
no podían aplacar su sed. Allí estaban en medio del resplandor de
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la gozosa escena, descontentos y tristes. Este clamor repentino: “Si
alguno tiene sed,” los arrancó de su pesarosa meditación, y mientras
escuchaban las palabras que siguieron, su mente se reanimó con
una nueva esperanza. El Espíritu Santo presentó delante de ellos el
símbolo hasta que vieron en él el inestimable don de la salvación.
El clamor que Cristo dirige al alma sedienta sigue repercutiendo,
y llega a nosotros con más fuerza que a aquellos que lo oyeron en el
templo en aquel último día de la fiesta. El manantial está abierto para
todos. A los cansados y exhaustos se ofrece la refrigerante bebida
de la vida eterna. Jesús sigue clamando: “Si alguno tiene sed, venga
a mí y beba.” “Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del
agua de la vida de balde.” “Mas el que bebiere del agua que yo le
daré, para siempre no tendrá sed: mas el agua que yo le daré, será
en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
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