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El Deseado de Todas las Gentes
del poder de Cristo. Habían excomulgado a un alma a la cual el
verdadero Pastor estaba atrayendo. Así habían demostrado que des-
conocían la obra a ellos encomendada, y que eran indignos del cargo
de pastores del rebaño. Jesús les presentó el contraste que existía
entre ellos y el buen Pastor, y se declaró el verdadero guardián del
rebaño del Señor. Antes de hacerlo, sin embargo, habló de sí mismo
empleando otra figura.
Dijo: “El que no entra por la puerta en el corral de las ovejas,
mas sube por otra parte, el tal es ladrón y robador. Mas el que entra
por la puerta, el pastor de las ovejas es.” Los fariseos no percibieron
que estas palabras iban dirigidas contra ellos. Mientras razonaban
en su corazón en cuanto al significado, Jesús les dijo claramente:
“Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y
saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, y matar,
y destruir: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan
en abundancia.”
Cristo es la puerta del redil de Dios. Por esta puerta todos sus
hijos, desde los más remotos tiempos, han hallado entrada. En Jesús,
como estaba presentado en los tipos, prefigurado en los símbolos,
manifestado en la revelación de los profetas, revelado en las leccio-
nes dadas a sus discípulos, y en los milagros obrados en favor de los
hijos de los hombres, ellos han contemplado al “Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo,
y por él son introducidos en el
redil de su gracia. Se han presentado muchos otros objetos de fe en
el mundo; se han ideado ceremonias y sistemas por los cuales los
hombres esperan recibir justificación y paz para con Dios, y hallar
así entrada en su redil. Pero la única puerta es Cristo, y todos los que
han interpuesto alguna otra cosa para que ocupe el lugar de Cristo,
todos los que han procurado entrar en el redil de alguna otra manera,
son ladrones y robadores.
Los fariseos no habían entrado por la puerta. Habían subido al
corral por otro camino que no era Cristo, y no estaban realizando
el trabajo del verdadero pastor. Los sacerdotes y gobernantes, los
escribas y fariseos destruían los pastos vivos y contaminaban los
manantiales del agua de vida. Las fieles palabras de la Inspiración
describen a esos falsos pastores: “No corroborasteis las flacas, ni
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curasteis la enferma: no ligasteis la perniquebrada, ni tornasteis la