Sin manifestación exterior
            
            
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              milagros obrados por él. Las maravillas de su vida pasaban delante
            
            
              de ellos y parecían hombres que despertaban de un sueño. Com-
            
            
              prendían que “aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros
            
            
              (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de
            
            
              gracia y de verdad.
            
            
            
            
              En realidad, Cristo había venido de Dios a un
            
            
              mundo lleno de pecado para salvar a los caídos hijos e hijas de Adán.
            
            
              Los discípulos se consideraron entonces de mucho menor impor-
            
            
              tancia que antes de haber comprendido esto. Nunca se cansaban de
            
            
              referir las palabras y obras del Señor. Sus lecciones, que sólo habían
            
            
              entendido obscuramente, pareciéronles una nueva revelación. Las
            
            
              Escrituras llegaron a ser para ellos un libro nuevo.
            
            
              Mientras los discípulos escudriñaban las profecías que testifi-
            
            
              caban de Cristo, llegaron a estar en comunión con la divinidad, y
            
            
              aprendieron de Aquel que había ascendido al cielo a terminar la
            
            
              obra que había empezado en la tierra. Reconocieron que había en
            
            
              él un conocimiento que ningún ser humano podía comprender sin
            
            
              ayuda de la intervención divina. Necesitaban la ayuda de Aquel que
            
            
              había sido predicho por reyes, profetas y justos. Con asombro leían
            
            
              y volvían a leer las profecías que delineaban su carácter y su obra.
            
            
              ¡Cuán vagamente habían comprendido las escrituras proféticas; cuán
            
            
              lentos habían sido para recibir las grandes verdades que testifica-
            
            
              ban de Cristo! Mirándole en su humillación, mientras andaba como
            
            
              hombre entre los hombres, no habían comprendido el misterio de
            
            
              su encarnación, el carácter dual de su naturaleza. Sus ojos estaban
            
            
              velados, de manera que no reconocían plenamente la divinidad en
            
            
              la humanidad. Pero después que fueron iluminados por el Espíritu
            
            
              Santo, ¡cuánto anhelaban volverle a ver y sentarse a sus pies! ¡Cuán-
            
            
              to deseaban acercarse a él y que les explicase las Escrituras que no
            
            
              podían comprender! ¡Cuán atentamente escucharían sus palabras!
            
            
              ¿Qué había querido decir Cristo cuando dijo: “Aun tengo muchas
            
            
              cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar”
            
            
            
            
              ¡Cuán ávidos
            
            
              estaban de saberlo todo! Les apenaba que su fe hubiese sido tan
            
            
              débil, que sus ideas se hubiesen apartado tanto de la verdad que
            
            
              habían dejado de comprender la realidad.
            
            
              Había sido enviado por Dios un heraldo que proclamase la veni-
            
            
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              da de Cristo para llamar la atención de la nación judía y del mundo
            
            
              a su misión, a fin de que los hombres pudiesen prepararse para re-
            
            
              cibirle. El admirable personaje a quien Juan había anunciado había