Página 467 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Sin manifestación exterior
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milagros obrados por él. Las maravillas de su vida pasaban delante
de ellos y parecían hombres que despertaban de un sueño. Com-
prendían que “aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros
(y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de
gracia y de verdad.
En realidad, Cristo había venido de Dios a un
mundo lleno de pecado para salvar a los caídos hijos e hijas de Adán.
Los discípulos se consideraron entonces de mucho menor impor-
tancia que antes de haber comprendido esto. Nunca se cansaban de
referir las palabras y obras del Señor. Sus lecciones, que sólo habían
entendido obscuramente, pareciéronles una nueva revelación. Las
Escrituras llegaron a ser para ellos un libro nuevo.
Mientras los discípulos escudriñaban las profecías que testifi-
caban de Cristo, llegaron a estar en comunión con la divinidad, y
aprendieron de Aquel que había ascendido al cielo a terminar la
obra que había empezado en la tierra. Reconocieron que había en
él un conocimiento que ningún ser humano podía comprender sin
ayuda de la intervención divina. Necesitaban la ayuda de Aquel que
había sido predicho por reyes, profetas y justos. Con asombro leían
y volvían a leer las profecías que delineaban su carácter y su obra.
¡Cuán vagamente habían comprendido las escrituras proféticas; cuán
lentos habían sido para recibir las grandes verdades que testifica-
ban de Cristo! Mirándole en su humillación, mientras andaba como
hombre entre los hombres, no habían comprendido el misterio de
su encarnación, el carácter dual de su naturaleza. Sus ojos estaban
velados, de manera que no reconocían plenamente la divinidad en
la humanidad. Pero después que fueron iluminados por el Espíritu
Santo, ¡cuánto anhelaban volverle a ver y sentarse a sus pies! ¡Cuán-
to deseaban acercarse a él y que les explicase las Escrituras que no
podían comprender! ¡Cuán atentamente escucharían sus palabras!
¿Qué había querido decir Cristo cuando dijo: “Aun tengo muchas
cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar”
¡Cuán ávidos
estaban de saberlo todo! Les apenaba que su fe hubiese sido tan
débil, que sus ideas se hubiesen apartado tanto de la verdad que
habían dejado de comprender la realidad.
Había sido enviado por Dios un heraldo que proclamase la veni-
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da de Cristo para llamar la atención de la nación judía y del mundo
a su misión, a fin de que los hombres pudiesen prepararse para re-
cibirle. El admirable personaje a quien Juan había anunciado había