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El Deseado de Todas las Gentes
estado entre ellos durante más de treinta años y no le habían co-
nocido en realidad como el enviado de Dios. El remordimiento se
apoderó de los discípulos porque habían dejado que la incredulidad
prevaleciente impregnase sus opiniones y anublase su entendimien-
to. La Luz de este mundo sombrío había estado resplandeciendo
entre su lobreguez, y no habían alcanzado a comprender de dónde
provenían sus rayos. Se preguntaban por qué se habían conducido
de modo que obligara a Cristo a reprenderlos. Con frecuencia re-
petían sus conversaciones y decían: ¿Por qué permitimos que las
consideraciones terrenales y la oposición de sacerdotes y rabinos
confundiesen nuestros sentidos, de manera que no comprendíamos
que estaba entre nosotros uno mayor que Moisés, y que uno más
sabio que Salomón nos instruía? ¡Cuán embotados estaban nuestros
oídos, cuán débil era nuestro entendimiento!
Tomás no quiso creer hasta que hubo puesto su dedo en la he-
rida hecha por los soldados romanos. Pedro le había negado en su
humillación y rechazamiento. Estos dolorosos recuerdos acudían
claramente a sus mentes. Habían estado con él, pero no le habían co-
nocido ni apreciado. ¡Mas cuánto conmovían esas cosas su corazón
al reconocer ellos su incredulidad!
Mientras los sacerdotes y príncipes se combinaban contra ellos y
eran llevados ante concilios y arrojados a la cárcel, los discípulos de
Cristo se regocijaban de que “fuesen tenidos por dignos de padecer
afrenta por el Nombre.
Les era grato probar, ante los hombres y
los ángeles, que reconocían la gloria de Cristo, y querían seguirle
aun perdiendo todo lo demás.
Hoy es tan cierto como en los días apostólicos que sin la ilu-
minación del Espíritu divino, la humanidad no puede discernir la
gloria de Cristo. La verdad y la obra de Dios no son apreciadas por
un cristianismo que ama el mundo y transige con él. No es en la
comodidad, ni en los honores terrenales o la conformidad con el
mundo donde se encuentran los que siguen al Maestro. Han dejado
muy atrás estas cosas y se hallan ahora en las sendas del trabajo, de
la humillación y del oprobio, en el frente de batalla “contra princi-
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pados, contra potestades, contra señores del mundo, gobernadores
de estas tinieblas, contra malicias espirituales en los aires.
Como
en los días de Cristo, no son comprendidos, sino vilipendiados y
oprimidos por los sacerdotes y fariseos del tiempo actual.