Capítulo 58—“Lázaro, ven fuera”
Este capítulo está basado en Lucas 10:38-42; Juan 11:1-44.
Entre los más constantes discípulos de Cristo se contaba Lázaro
de Betania. Desde la primera ocasión en que se encontraran, su fe en
Cristo había sido fuerte; su amor por él, profundo, y el Salvador le
amaba mucho. En favor de Lázaro se realizó el mayor de los milagros
de Cristo. El Salvador bendecía a todos los que buscaban su ayuda.
Ama a toda la familia humana; pero está ligado con algunos de sus
miembros por lazos peculiarmente tiernos. Su corazón estaba ligado
con fuertes vínculos de afecto con la familia de Betania y para un
miembro de ella realizó su obra más maravillosa.
Jesús hallaba con frecuencia descanso en el hogar de Lázaro.
El Salvador no tenía hogar propio; dependía de la hospitalidad de
sus amigos y discípulos; y con frecuencia, cuando estaba cansado y
sediento de compañía humana, le era grato refugiarse en ese hogar
apacible, lejos de las sospechas y celos de los airados fariseos. Allí
encontraba una sincera bienvenida y amistad pura y santa. Allí podía
hablar con sencillez y perfecta libertad, sabiendo que sus palabras
serían comprendidas y atesoradas.
Nuestro Salvador apreciaba un hogar tranquilo y oyentes que
manifestasen interés. Sentía anhelos de ternura, cortesía y afecto
humanos. Los que recibían la instrucción celestial que él estaba
siempre listo para impartir eran grandemente bendecidos. Mientras
las multitudes seguían a Cristo por los campos abiertos, les revelaba
las bellezas del mundo natural. Trataba de abrir sus ojos para que
las comprendiesen y pudiesen ver cómo la mano de Dios sostiene
el mundo. A fin de que expresasen aprecio por la bondad y bene-
volencia de Dios, llamaba la atención de sus oyentes al rocío que
caía suavemente, a las lluvias apacibles y al resplandeciente sol,
otorgados a los buenos tanto como a los malos. Deseaba que los
hombres comprendiesen mejor la consideración que Dios concede a
los instrumentos humanos que creó. Pero las multitudes eran duras
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