Página 482 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
de entendimiento, y en el hogar de Betania Cristo hallaba descanso
del pesado conflicto de la vida pública. Allí abría ante un auditorio
que le apreciaba el libro de la Providencia. En esas entrevistas priva-
das, revelaba a sus oyentes lo que no intentaba decir a la multitud
mixta. No necesitaba hablar en parábolas a sus amigos.
Mientras Cristo daba sus lecciones maravillosas, María se sen-
taba a sus pies, escuchándole con reverencia y devoción. En una
ocasión, Marta, perpleja por el afán de preparar la comida, apeló
a Cristo diciendo: “Señor, ¿no tienes cuidado que mi hermana me
deja servir sola? Dile, pues, que me ayude.” Esto sucedió en ocasión
de la primera visita de Cristo a Betania. El Salvador y sus discípu-
los acababan de hacer un viaje penoso a pie desde Jericó. Marta
anhelaba proveer a su comodidad, y en su ansiedad se olvidó de la
cortesía debida a su huésped. Jesús le contestó con palabras llenas
de mansedumbre y paciencia: “Marta, Marta, cuidadosa estás, y con
las muchas cosas estás turbada: empero una cosa es necesaria; y
María escogió la buena parte, la cual no le será quitada.” María
atesoraba en su mente las preciosas palabras que caían de los labios
del Salvador, palabras que eran más preciosas para ella que las joyas
más costosas de esta tierra.
La “una cosa” que Marta necesitaba era un espíritu de calma y
devoción, una ansiedad más profunda por el conocimiento referente
a la vida futura e inmortal, y las gracias necesarias para el progreso
espiritual. Necesitaba menos preocupación por las cosas pasajeras y
más por las cosas que perduran para siempre. Jesús quiere enseñar a
sus hijos a aprovechar toda oportunidad de obtener el conocimiento
que los hará sabios para la salvación. La causa de Cristo necesita
personas que trabajen con cuidado y energía. Hay un amplio campo
para las Martas con su celo por la obra religiosa activa. Pero deben
sentarse primero con María a los pies de Jesús. Sean la diligencia, la
presteza y la energía santificadas por la gracia de Cristo; y entonces
la vida será un irresistible poder para el bien.
El pesar penetró en el apacible hogar donde Jesús había des-
cansado. Lázaro fué herido por una enfermedad repentina, y sus
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hermanas mandaron llamar al Salvador diciendo: “Señor, he aquí,
el que amas está enfermo.” Se dieron cuenta de la violencia de la
enfermedad que había abatido a su hermano, pero sabían que Cristo
se había demostrado capaz de sanar toda clase de dolencias. Creían