Página 497 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

Conspiraciones sacerdotales
493
pecadores a ir directamente a Dios como a un Padre misericordioso
y darle a conocer sus necesidades. Así, en opinión de ellos, había
hecho caso omiso de los sacerdotes. Había rehusado reconocer la
teología de las escuelas rabínicas. Había desenmascarado las malas
prácticas de los sacerdotes y había dañado irreparablemente su in-
fluencia. Había menoscabado el efecto de sus máximas y tradiciones,
declarando que aunque hacían cumplir estrictamente la ley ritual,
invalidaban la ley de Dios. Satanás les traía ahora todo esto a la
memoria.
Les insinuó que a fin de mantener su autoridad debían dar muerte
a Jesús. Ellos siguieron este consejo. El hecho de que pudieran
perder el poder que entonces ejercían era suficiente razón, pensaban,
para que llegasen a alguna decisión. Con excepción de algunos
miembros que no osaron expresar sus convicciones, el Sanedrín
recibió las palabras de Caifás como palabras de Dios. El concilio
sintió alivio; cesó la discordia. Decidieron dar muerte a Cristo en la
primera oportunidad favorable. Al rechazar la prueba de la divinidad
de Jesús, estos sacerdotes y gobernantes se habían encerrado a sí
mismos en tinieblas impenetrables. Se habían puesto enteramente
bajo el dominio de Satanás, para ser arrastrados por él al mismo
abismo de la ruina eterna. Sin embargo, estaban tan engañados que
estaban contentos consigo mismos. Se consideraban patriotas que
procuraban la salvación de la nación.
Con todo, el Sanedrín temía tomar medidas imprudentes contra
Jesús, no fuese que el pueblo llegara a exasperarse y la violencia
tramada contra él cayera sobre ellos mismos. En vista de esto, el
concilio postergó la ejecución de la sentencia que había pronunciado.
El Salvador comprendía las conspiraciones de los sacerdotes. Sabía
que ansiaban eliminarle y que su propósito se cumpliría pronto. Pero
no le incumbía a él precipitar la crisis, y se retiró de esa región
[500]
llevando consigo a los discípulos. Así, mediante su ejemplo, Jesús
recalcó de nuevo la instrucción que les había dado: “Mas cuando os
persiguieren en esta ciudad, huid a la otra.
Había un amplio campo
en el cual trabajar por la salvación de las almas; y a menos que la
lealtad a él lo requiriera, los siervos del Señor no debían poner en
peligro su vida.
Jesús había consagrado ahora al mundo tres años de labor públi-
ca. Ante el mundo estaba su ejemplo de abnegación y desinteresada