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El Deseado de Todas las Gentes
nación se pierda.” Aunque Jesús sea inocente, aseguraba el sumo
sacerdote, debía ser quitado del camino. Molestaba porque atraía el
pueblo a sí y menoscababa la autoridad de los gobernantes. El era
uno solo; y era mejor que muriese antes de permitir que la autoridad
de los gobernantes fuese debilitada. En caso de que el pueblo llegara
a perder la confianza en sus gobernantes, el poder nacional sería
destruído. Caifás afirmaba que después de este milagro los adeptos
de Jesús se levantarían probablemente en revolución. Los romanos
vendrán entonces—decía él,—y cerrarán nuestro templo; abolirán
nuestras leyes, y nos destruirán como nación. ¿Qué valor tiene la
vida de este galileo en comparación con la vida de la nación? Si
él obstaculiza el bienestar de Israel, ¿no se presta servicio a Dios
matándole? Mejor es que un hombre perezca, y no que toda la nación
sea destruída.
Al declarar que un hombre moriría por toda la nación, Caifás
demostró que tenía cierto conocimiento de las profecías, aunque
muy limitado. Pero Juan, al describir la escena, toma la profecía y
expone su amplio y profundo significado. El dice: “Y no solamente
por aquella nación, mas también para que juntase en uno los hijos de
Dios que estaban derramados.” ¡Cuán inconscientemente reconocía
el arrogante Caifás la misión del Salvador!
En los labios de Caifás esta preciosísima verdad se convertía
en mentira. La idea que él defendía se basaba en un principio to-
mado del paganismo. Entre los paganos, el conocimiento confuso
de que uno había de morir por la raza humana los había llevado a
ofrecer sacrificios humanos. Así, por el sacrificio de Cristo, Caifás
proponía salvar a la nación culpable, no de la transgresión, sino en
la transgresión, a fin de que pudiera continuar en el pecado. Y por
este razonamiento, pensaba acallar las protestas de aquellos que
pudieran atreverse, no obstante, a decir que nada digno de muerte
habían hallado en Jesús.
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En este concilio, los enemigos de Cristo se sintieron profunda-
mente convencidos de culpa. El Espíritu Santo había impresionado
sus mentes. Pero Satanás se esforzaba por dominarlos. Insistía en los
perjuicios que ellos habían sufrido por causa de Cristo. Cuán poco
había honrado él su justicia. Cristo presentaba una justicia mucho
mayor, que debían poseer todos los que quisieran ser hijos de Dios.
Sin tomar en cuenta sus formas y ceremonias, él había animado a los