Página 56 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
no creerán nunca que deba hacerse distinción entre las clases, que
los ricos han de ser honrados más que los pobres dignos.
Jesús trabajaba con alegría y tacto. Se necesita mucha pacien-
cia y espiritualidad para introducir la religión de la Biblia en la
vida familiar y en el taller; para soportar la tensión de los negocios
mundanales, y, sin embargo, continuar deseando sinceramente la
gloria de Dios. En esto Cristo fué un ayudador. Nunca estuvo tan
embargado por los cuidados de este mundo que no tuviese tiempo o
pensamientos para las cosas celestiales. A menudo expresaba su ale-
gría cantando salmos e himnos celestiales. A menudo los moradores
de Nazaret oían su voz que se elevaba en alabanza y agradecimiento
a Dios. Mantenía comunión con el Cielo mediante el canto; y cuando
sus compañeros se quejaban por el cansancio, eran alegrados por
la dulce melodía que brotaba de sus labios. Sus alabanzas parecían
ahuyentar a los malos ángeles, y como incienso, llenaban el lugar de
fragancia. La mente de los que le oían se alejaba del destierro que
aquí sufrían para elevarse a la patria celestial.
Jesús era la fuente de la misericordia sanadora para el mundo;
y durante todos aquellos años de reclusión en Nazaret, su vida se
derramó en raudales de simpatía y ternura. Los ancianos, los tristes
y los apesadumbrados por el pecado, los niños que jugaban con
gozo inocente, los pequeños seres de los vergeles, las pacientes
bestias de carga, todos eran más felices a causa de su presencia.
Aquel cuya palabra sostenía los mundos podía agacharse a aliviar
un pájaro herido. No había nada tan insignificante que no mereciese
su atención o sus servicios.
Así, mientras crecía en sabiduría y estatura, Jesús crecía en gracia
para con Dios y los hombres. Se granjeaba la simpatía de todos los
corazones, mostrándose capaz de simpatizar con todos. La atmósfera
de esperanza y de valor que le rodeaba hacía de él una bendición
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en todo hogar. Y a menudo, en la sinagoga, los sábados, se le pedía
que leyese la lección de los profetas, y el corazón de los oyentes se
conmovía al ver irradiar una nueva luz de las palabras familiares del
texto sagrado.
Sin embargo, Jesús rehuía la ostentación. Durante todos los años
de su estada en Nazaret, no manifestó su poder milagroso. No buscó
ninguna posición elevada, ni asumió títulos. Su vida tranquila y
sencilla, y aun el silencio de las Escrituras acerca de sus primeros