La niñez de Cristo
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carpintería con José. Vestido como un obrero común, recorría las
calles de la pequeña ciudad, yendo a su humilde trabajo y volviendo
de él. No empleaba su poder divino para disminuir sus cargas ni
aliviar su trabajo.
Mientras Jesús trabajaba en su niñez y juventud, su mente y cuer-
po se desarrollaban. No empleaba temerariamente sus facultades
físicas, sino de una manera que las conservase en buena salud, a fin
de ejecutar el mejor trabajo en todo ramo. No quería ser deficiente
ni aun en el manejo de las herramientas. Fué perfecto como obrero,
como lo fué en carácter. Por su ejemplo, nos enseñó que es nues-
tro deber ser laboriosos, y que nuestro trabajo debe cumplirse con
exactitud y esmero, y que una labor tal es honorable. El ejercicio
que enseña a las manos a ser útiles, y prepara a los jóvenes para
llevar su parte de las cargas de la vida, da fuerza física y desarrolla
toda facultad. Todos deben hallar algo que hacer benéfico para sí y
para otros. Dios nos asignó el trabajo como una bendición, y sólo
el obrero diligente halla la verdadera gloria y el gozo de la vida.
La aprobación de Dios descansa con amante seguridad sobre los
niños y jóvenes que alegremente asumen su parte en los deberes de
la familia, y comparten las cargas de sus padres. Los tales, al salir
del hogar, serán miembros útiles de la sociedad.
Durante toda su vida terrenal, Jesús trabajó con fervor y constan-
cia. Esperaba mucho resultado; por lo tanto intentaba grandes cosas.
Después que hubo entrado en su ministerio, dijo: “Conviéneme obrar
las obras del que me envió, entretanto que el día dura: la noche vie-
ne, cuando nadie puede obrar.
Jesús no rehuyó los cuidados y la
responsabilidad, como los rehuyen muchos que profesan seguirle. Y
debido a que tratan de eludir esta disciplina, muchos son débiles y
faltos de eficiencia. Tal vez posean rasgos preciosos y amables, pero
son cobardes y casi inútiles cuando se han de arrostrar dificultades y
superar obstáculos. El carácter positivo y enérgico, sólido y fuerte
que manifestó Cristo, debe desarrollarse en nosotros, mediante la
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misma disciplina que él soportó. Y a nosotros se nos ofrece la gracia
que recibió él.
Mientras vivió entre los hombres, nuestro Salvador compartió la
suerte de los pobres. Conoció por experiencia sus cuidados y penu-
rias, y podía consolar y estimular a todos los humildes trabajadores.
Los que tienen un verdadero concepto de la enseñanza de su vida,