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El Deseado de Todas las Gentes
y gobernantes del templo, y que iba a tomar posesión del trono de
David y reinar como rey de Israel, y habían hecho circular ese rumor.
Los griegos anhelaban conocer la verdad acerca de su misión. “Que-
rríamos ver a Jesús,” dijeron. Lo que deseaban les fué concedido.
Cuando la petición fué presentada a Jesús, estaba en aquella parte
del templo de la cual todos estaban excluídos menos los judíos, pero
salió al atrio exterior donde estaban los griegos, y tuvo una entrevista
con ellos.
Había llegado la hora de la glorificación de Cristo. Estaba en
la sombra de la cruz, y la pregunta de los griegos le mostró que el
sacrificio que estaba por hacer traería muchos hijos e hijas a Dios. El
sabía que los griegos le verían pronto en una situación que no podían
soñar. Le verían colocado al lado del ladrón y homicida Barrabás,
al que se decidiría dar libertad antes que al Hijo de Dios. Oirían al
pueblo, inspirado por los sacerdotes y gobernantes, hacer su elección.
Y a la pregunta: “¿Qué pués haré de Jesús que se dice el Cristo?” se
daría la respuesta: “Sea crucificado.
Cristo sabía que su reino sería
perfeccionado al hacer él esta propiciación por los pecados de los
hombres, y que se extendería por todo el mundo. El iba a obrar como
Restaurador y su espíritu prevalecería. Por un momento, miró lo
futuro y oyó las voces que proclamaban en todas partes de la tierra:
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
En
estos extranjeros, vió la garantía de una gran siega, para cuando el
muro de separación entre judíos y gentiles fuese derribado, y todas
las naciones, lenguas y pueblos oyesen el mensaje de salvación.
Expresó esta expectativa de la consumación de sus esperanzas en
las palabras: “La hora viene en que el Hijo del hombre ha de ser
glorificado.” Pero la manera en que debía realizarse esta glorificación
no se apartaba nunca del pensar de Cristo. La reunión de los gentiles
había de seguir a su muerte que se acercaba. Únicamente por su
muerte podía salvarse el mundo. Como el grano de trigo, el Hijo
de Dios debía ser arrojado en tierra y morir y ser sepultado; pero
volvería a vivir.
Cristo presentó lo que le esperaba y lo ilustró por las cosas de
la naturaleza, a fin de que los discípulos pudiesen comprenderlo. El
verdadero resultado de su misión iba a ser alcanzado por su muerte.
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“De cierto, de cierto os digo—dijo,—que si el grano de trigo no
cae en la tierra y muere, él solo queda; mas si muriere, mucho fruto