En el atrio exterior
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lleva.” Cuando el grano de trigo cae en el suelo y muere, brota y
lleva fruto. Así también la muerte de Cristo iba a resultar en frutos
para el reino de Dios. De acuerdo con la ley del reino vegetal, la
vida iba a ser el resultado de su muerte.
Los que cultivan el suelo tienen siempre presente esta ilustración.
Año tras año, el hombre conserva su provisión de grano, y arroja
aparentemente la mejor parte. Durante un tiempo, debe quedar oculta
en el surco, para que la cuide el Señor. Primero aparece la hoja, luego
la espiga y finalmente el grano en la espiga. Pero este desarrollo
no puede realizarse a menos que el grano esté sepultado, oculto y,
según toda apariencia, perdido.
La semilla enterrada en el suelo produce fruto, y a su vez éste es
puesto en tierra. Así la cosecha se multiplica. Igualmente, la muerte
de Cristo en la cruz del Calvario producirá fruto para la vida eterna.
La contemplación de este sacrificio será la gloria de aquellos que,
como fruto de él, vivirán por los siglos eternos.
El grano de trigo que conserva su propia vida no puede producir
fruto. Permanece solo. Cristo podía, si quería, salvarse de la muerte.
Pero si lo hubiese hecho, habría tenido que permanecer solo. No
podría haber conducido hijos e hijas a Dios. Únicamente por la
entrega de su vida podía impartir vida a la humanidad. Únicamente
cayendo al suelo para morir, podía llegar a ser la simiente de una
vasta mies: la gran multitud que de toda nación, tribu, lengua y
pueblo será redimida para Dios.
Con esta verdad, Cristo relaciona la lección de sacrificio propio
que todos deben aprender: “El que ama su vida, la perderá; y el
que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.”
Todos los que quieran producir frutos como colaboradores de Cristo
deben caer primero en el suelo y morir. La vida debe ser echada en el
surco de la necesidad del mundo. El amor y el interés propios deben
perecer. La ley del sacrificio propio es la ley de la conservación. El
labrador conserva su grano arrojándolo lejos. Así sucede en la vida
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humana. Dar es vivir. La vida que será preservada es la que se haya
dado libremente en servicio a Dios y al hombre. Los que por amor
a Cristo sacrifican su vida en este mundo, la conservarán para la
eternidad.
La vida dedicada al yo es como el grano que se come. Desapa-
rece, pero no hay aumento. Un hombre puede juntar para sí todo