Página 576 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
rada en la humanidad, y una familia de santos creyentes heredará
finalmente la patria celestial. Tal es el resultado de la muerte de
Cristo. El Salvador se pierde en la contemplación de la escena de
triunfo evocada delante de él. Ve la cruz, la cruel e ignominiosa cruz,
con todos sus horrores, esplendorosa de gloria.
Pero la obra de la redención humana no es todo lo que ha de
lograrse por la cruz. El amor de Dios se manifiesta al universo.
El príncipe de este mundo es echado fuera. Las acusaciones que
Satanás había presentado contra Dios son refutadas. El oprobio que
había arrojado contra el Cielo queda para siempre eliminado. Los
ángeles tanto como los hombres son atraídos al Redentor. “Yo, si
fuere levantado de la tierra—dijo él,—a todos traeré a mí mismo.”
Muchas personas había en derredor de Cristo mientras pronunció
estas palabras, y una dijo: “Nosotros hemos oído de la ley, que el
Cristo permanece para siempre: ¿cómo pues dices tú: Conviene
que el Hijo del hombre sea levantado? ¿Quién es este Hijo del
hombre? Entonces Jesús les dice: Aun por un poco estará la luz entre
vosotros: andad entre tanto que tenéis luz, porque no os sorprendan
las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe dónde va.
Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de
luz.”
“Empero habiendo hecho delante de ellos tantas señales, no
creían en él.” Habían preguntado una vez al Salvador: “¿Qué señal
pues haces tú, para que veamos, y te creamos?
Innumerables seña-
les habían sido dadas; pero habían cerrado los ojos y endurecido su
corazón. Ahora que el Padre mismo había hablado, y no podían ya
pedir otra señal, seguían negándose a creer.
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“Con todo eso, aun de los príncipes, muchos creyeron en él;
mas por causa de los Fariseos, no lo confesaban, por no ser echados
de la sinagoga.” Amaban la alabanza de los hombres más que la
aprobación de Dios. A fin de ahorrarse oprobio y vergüenza, negaron
a Cristo y rechazaron el ofrecimiento de la vida eterna. ¡Y cuántos, a
través de todos los siglos transcurridos desde entonces, han hecho la
misma cosa! A todos ellos se aplican las palabras de amonestación
del Señor: “El que ama su vida, la perderá.” “El que me desecha—
dijo Jesús,—y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue: la
palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.