En el atrio exterior
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una respuesta de la nube que se cernía sobre su cabeza: “Lo he
glorificado, y lo glorificaré otra vez.” Toda la vida de Cristo, desde
el pesebre hasta el tiempo en que fueron dichas estas palabras, había
glorificado a Dios. Y en la prueba que se acercaba sus sufrimientos
divino-humanos iban a glorificar en verdad el nombre de su Padre.
Al oírse la voz, una luz brotó de la nube y rodeó a Cristo, como
si los brazos del poder infinito se cerniesen alrededor de él como
una muralla de fuego. La gente contempló esta escena con terror y
asombro.
Nadie se atrevió a hablar. Con labios silenciosos y aliento sus-
penso, permanecieron todos con los ojos fijos en Jesús. Habiéndose
dado el testimonio del Padre, la nube se alzó y se dispersó en el
cielo. Por el momento, terminó la comunión visible entre el Padre y
el Hijo.
“Y la gente que estaba presente, y había oído, decía que había
sido trueno. Otros decían: Angel le ha hablado.” Pero los griegos
investigadores vieron la nube, oyeron la voz, comprendieron su
significado y discernieron verdaderamente a Cristo; les fué revelado
como el Enviado de Dios.
La voz de Dios había sido oída en ocasión del bautismo de
Jesús al principio de su ministerio, y nuevamente en ocasión de
su transfiguración sobre el monte. Ahora, al final de su ministerio,
fué oída por tercera vez, por un número mayor de personas y en
circunstancias peculiares. Jesús acababa de pronunciar la verdad más
solemne concerniente a la condición de los judíos. Había hecho su
última súplica, y pronunciado la condenación de ellos. Dios puso de
nuevo su sello sobre la misión de su Hijo. Reconoció a Aquel a quien
Israel había rechazado. “No ha venido esta voz por mi causa—dijo
Jesús,—mas por causa de vosotros.” Era la evidencia culminante de
su carácter de Mesías, la señal del Padre de que Jesús había dicho la
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verdad y era el Hijo de Dios.
“Ahora es el juicio de este mundo—continuó Cristo;—ahora el
príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado
de la tierra, a todos traeré a mí mismo. Y esto decía dando a entender
de qué muerte había de morir.” Esta es la crisis del mundo. Si soy
hecho propiciación por los pecados de los hombres, el mundo será
iluminado. El dominio de Satanás sobre las almas de los hombres
será quebrantado. La imagen de Dios que fué borrada será restau-