Página 665 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Judas
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Asiéndose vivamente del manto de Caifás, le imploró que soltase a
Jesús y declaró que no había hecho nada digno de muerte. Caifás se
desprendió airadamente de él, pero quedó confuso y sin saber qué
decir. La perfidia de los sacerdotes quedaba revelada. Era evidente
que habían comprado al discípulo para que traicionase a su Maestro.
“Yo he pecado—gritó otra vez Judas—entregando la sangre
inocente.” Pero el sumo sacerdote, recobrando el dominio propio,
contestó con desprecio: “¿Qué se nos da a nosotros? Viéraslo tú.
Los sacerdotes habían estado dispuestos a hacer de Judas su instru-
mento; pero despreciaban su bajeza. Cuando les hizo su confesión,
lo rechazaron desdeñosamente.
Judas se echó entonces a los pies de Jesús, reconociéndole como
Hijo de Dios, y suplicándole que se librase. El Salvador no repro-
chó a su traidor. Sabía que Judas no se arrepentía; su confesión fué
arrancada a su alma culpable por un terrible sentimiento de condena-
ción en espera del juicio, pero no sentía un profundo y desgarrador
pesar por haber entregado al inmaculado Hijo de Dios y negado al
Santo de Israel. Sin embargo, Jesús no pronunció una sola palabra
de condenación. Miró compasivamente a Judas y dijo: “Para esta
hora he venido al mundo.”
Un murmullo de sorpresa corrió por toda la asamblea. Con
asombro, presenciaron todos la longanimidad de Cristo hacia su
traidor. Otra vez sintieron la convicción de que ese hombre era más
que mortal. Pero si era el Hijo de Dios, se preguntaban, ¿por qué no
se libraba de sus ataduras y triunfaba sobre sus acusadores?
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Judas vió que sus súplicas eran vanas, y salió corriendo de la
sala exclamando: ¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde! Sintió que
no podía vivir para ver a Cristo crucificado y, desesperado, salió y
se ahorcó.
Más tarde ese mismo día, en el trayecto del tribunal de Pilato al
Calvario, se produjo una interrupción en los gritos y burlas de la per-
versa muchedumbre que conducía a Jesús al lugar de la crucifixión.
Mientras pasaban por un lugar retirado, vieron al pie de un árbol
seco, el cuerpo de Judas. Era un espectáculo repugnante. Su peso
había roto la soga con la cual se había colgado del árbol. Al caer, su
cuerpo había quedado horriblemente mutilado, y los perros lo esta-
ban devorando. Sus restos fueron inmediatamente enterrados; pero
hubo menos burlas entre la muchedumbre, y más de uno revelaba