Página 699 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Calvario
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de su Padre; comprendía su justicia, su misericordia y su gran amor.
Por la fe, confió en Aquel a quien había sido siempre su placer
obedecer. Y mientras, sumiso, se confiaba a Dios, desapareció la
sensación de haber perdido el favor de su Padre. Por la fe, Cristo
venció.
Nunca antes había presenciado la tierra una escena tal. La mul-
titud permanecía paralizada, y con aliento en suspenso miraba al
Salvador. Otra vez descendieron tinieblas sobre la tierra y se oyó
un ronco rumor, como de un fuerte trueno. Se produjo un violento
terremoto que hizo caer a la gente en racimos. Siguió la más fre-
nética confusión y consternación. En las montañas circundantes se
partieron rocas que bajaron con fragor a las llanuras. Se abrieron
sepulcros y los muertos fueron arrojados de sus tumbas. La creación
parecía estremecerse hasta los átomos. Príncipes, soldados, verdugos
y pueblo yacían postrados en el suelo.
Cuando los labios de Cristo exhalaron el fuerte clamor: “Con-
sumado es,” los sacerdotes estaban oficiando en el templo. Era la
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hora del sacrificio vespertino. Habían traído para matarlo el cordero
que representaba a Cristo. Ataviado con sus vestiduras significativas
y hermosas, el sacerdote estaba con el cuchillo levantado, como
Abrahán a punto de matar a su hijo. Con intenso interés, el pueblo
estaba mirando. Pero la tierra tembló y se agitó; porque el Señor
mismo se acercaba. Con un ruido desgarrador, el velo interior del
templo fué rasgado de arriba abajo por una mano invisible, que dejó
expuesto a la mirada de la multitud un lugar que fuera una vez llena-
do por la presencia de Dios. En este lugar, había morado la
shekinah
.
Allí Dios había manifestado su gloria sobre el propiciatorio. Nadie
sino el sumo sacerdote había alzado jamás el velo que separaba este
departamento del resto del templo. Allí entraba una vez al año para
hacer expiación por los pecados del pueblo. Pero he aquí, este velo
se había desgarrado en dos. Ya no era más sagrado el lugar santísimo
del santuario terrenal.
Todo era terror y confusión. El sacerdote estaba por matar la
víctima; pero el cuchillo cayó de su mano enervada y el cordero
escapó. El símbolo había encontrado en la muerte del Hijo de Dios la
realidad que prefiguraba. El gran sacrificio había sido hecho. Estaba
abierto el camino que llevaba al santísimo. Había sido preparado
para todos un camino nuevo y viviente. Ya no necesitaría la humani-