Página 702 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
es moral, y la verdad y el amor han de ser la fuerza que lo haga
prevalecer.
Era el propósito de Dios colocar las cosas sobre una eterna
base de seguridad, y en los concilios del cielo fué decidido que se
le debía dar a Satanás tiempo para que desarrollara los principios
que constituían el fundamento de su sistema de gobierno. El había
aseverado que eran superiores a los principios de Dios. Se dió tiempo
al desarrollo de los principios de Satanás, a fin de que pudiesen ser
vistos por el universo celestial.
Satanás indujo a los hombres a pecar, y el plan de la redención
fué puesto en práctica. Durante cuatro mil años Cristo estuvo obran-
do para elevar al hombre, y Satanás para arruinarlo y degradarlo. Y
el universo celestial lo contempló todo.
Cuando Jesús vino al mundo, el poder de Satanás fué dirigido
contra él. Desde que apareció como niño en Belén, el usurpador obró
para lograr su destrucción. De toda manera posible, procuró impedir
que Jesús alcanzase una infancia perfecta, una virilidad inmaculada,
un ministerio santo, y un sacrificio sin mancha. Pero fué derrotado.
No pudo inducir a Jesús a pecar. No pudo desalentarle ni inducirle
a apartarse de la obra que había venido a hacer en la tierra. Desde
el desierto al Calvario, la tempestad de la ira de Satanás le azotó,
pero cuanto más despiadada era, tanto más firmemente se aferraba
el Hijo de Dios de la mano de su Padre, y avanzaba en la senda
ensangrentada. Todos los esfuerzos de Satanás para oprimirle y
vencerle no lograron sino hacer resaltar con luz más pura su carácter
inmaculado.
Todo el cielo y los mundos que no habían caído fueron testigos de
la controversia. Con qué intenso interés siguieron las escenas finales
del conflicto. Vieron al Salvador entrar en el huerto de Getsemaní,
con el alma agobiada por el horror de las densas tinieblas. Oyeron
su amargo clamor: “Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso.
Al retirarse de él la presencia del Padre, le vieron entristecido con
una amargura de pesar que excedía a la de la última gran lucha con
la muerte. El sudor de sangre brotó de sus poros y cayó en gotas
sobre el suelo. Tres veces fué arrancada de sus labios la oración por
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liberación. El Cielo no podía ya soportar la escena, y un mensajero
de consuelo fué enviado al Hijo de Dios.