Página 703 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

“Consumado es”
699
El Cielo contempló a la Víctima entregada en las manos de la
turba homicida y llevada apresuradamente entre burlas y violencias
de un tribunal a otro. Oyó los escarnios de sus perseguidores con
referencia a su humilde nacimiento. Oyó a uno de sus más ama-
dos discípulos negarle con maldiciones y juramentos. Vió la obra
frenética de Satanás y su poder sobre los corazones humanos. ¡Oh
terrible escena! El Salvador apresado a medianoche en Getsemaní,
arrastrado de aquí para allá desde el palacio al tribunal, emplazado
dos veces delante de los sacerdotes, dos veces delante del Sanedrín,
dos veces delante de Pilato y una vez delante de Herodes. Burlado,
azotado, condenado y llevado a ser crucificado, cargado con la pesa-
da cruz, entre el llanto de las hijas de Jerusalén y los escarnios del
populacho.
El Cielo contempló con pesar y asombro a Cristo colgado de
la cruz, mientras la sangre fluía de sus sienes heridas y el sudor
teñido de sangre brotaba en su frente. De sus manos y sus pies
caía la sangre, gota a gota, sobre la roca horadada para recibir el
pie de la cruz. Las heridas hechas por los clavos se desgarraban
bajo el peso de su cuerpo. Su jadeante aliento se fué haciendo más
rápido y más profundo, mientras su alma agonizaba bajo la carga de
los pecados del mundo. Todo el cielo se llenó de asombro cuando
Cristo ofreció su oración en medio de sus terribles sufrimientos:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Sin embargo,
allí estaban los hombres formados a la imagen de Dios uniéndose
para destruir la vida de su Hijo unigénito. ¡Qué espectáculo para el
universo celestial!
Los principados y las potestades de las tinieblas estaban con-
gregados en derredor de la cruz, arrojando la sombra infernal de
la incredulidad en los corazones humanos. Cuando el Señor creó
estos seres para que estuviesen delante de su trono eran hermosos y
gloriosos. Su belleza y santidad estaban de acuerdo con su exaltada
posición. Estaban enriquecidos por la sabiduría de Dios y ceñidos
por la panoplia del cielo. Eran ministros de Jehová. Pero, ¿quién
podía reconocer en los ángeles caídos a los gloriosos serafines que
[709]
una vez ministraron en los atrios celestiales?
Los agentes satánicos se confederaron con los hombres impíos
para inducir al pueblo a creer que Cristo era el príncipe de los
pecadores, y para hacer de él un objeto de abominación. Los que se