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El Deseado de Todas las Gentes
burlaron de Cristo mientras pendía de la cruz estaban dominados por
el espíritu del primer gran rebelde. Llenó sus bocas de palabras viles
y abominables. Inspiró sus burlas. Pero nada ganó con todo esto.
Si se hubiese podido encontrar un pecado en Cristo, si en un
detalle hubiese cedido a Satanás para escapar a la terrible tortura,
el enemigo de Dios y del hombre habría triunfado. Cristo inclinó
la cabeza y murió, pero mantuvo firme su fe y su sumisión a Dios.
“Y oí una grande voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la
salvación, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su
Cristo; porque el acusador de nuestros hermanos ha sido arrojado,
el cual los acusaba delante de nuestro Dios día y noche.
Satanás vió que su disfraz le había sido arrancado. Su admi-
nistración quedaba desenmascarada delante de los ángeles que no
habían caído y delante del universo celestial. Se había revelado como
homicida. Al derramar la sangre del Hijo de Dios, había perdido
la simpatía de los seres celestiales. Desde entonces su obra sería
restringida. Cualquiera que fuese la actitud que asumiese, no podría
ya acechar a los ángeles mientras salían de los atrios celestiales, ni
acusar ante ellos a los hermanos de Cristo de estar revestidos de
ropas de negrura y contaminación de pecado. Estaba roto el último
vínculo de simpatía entre Satanás y el mundo celestial.
Sin embargo, Satanás no fué destruído entonces. Los ángeles
no comprendieron ni aun entonces todo lo que entrañaba la gran
controversia. Los principios que estaban en juego habían de ser
revelados en mayor plenitud. Y por causa del hombre, la existencia
de Satanás debía continuar. Tanto el hombre como los ángeles debían
ver el contraste entre el Príncipe de la luz y el príncipe de las tinieblas.
El hombre debía elegir a quién quería servir.
Al principio de la gran controversia, Satanás había declarado que
la ley de Dios no podía ser obedecida, que la justicia no concordaba
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con la misericordia y que, si la ley había sido violada, era impo-
sible que el pecador fuese perdonado. Cada pecado debía recibir
su castigo, sostenía insistentemente Satanás; y si Dios remitía el
castigo del pecado, no era un Dios de verdad y justicia. Cuando los
hombres violaban la ley de Dios y desafiaban su voluntad, Satanás
se regocijaba. Declaraba que ello demostraba que la ley de Dios no
podía ser obedecida; el hombre no podía ser perdonado. Por cuanto
él mismo, después de su rebelión, había sido desterrado del cielo,