Página 718 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

714
El Deseado de Todas las Gentes
día, ¿y quién podía decir si esto también no acontecería? Anhela-
ban apartar estos pensamientos, pero no podían. Como su padre, el
diablo, creían y temblaban.
Ahora que había pasado el frenesí de la excitación, la imagen de
Cristo se presentaba a sus espíritus. Le contemplaban de pie, sereno
y sin quejarse delante de sus enemigos, sufriendo sin un murmullo
sus vilipendios y ultrajes. Recordaban todos los acontecimientos de
su juicio y crucifixión con una abrumadora convicción de que era
el Hijo de Dios. Sentían que podía presentarse delante de ellos en
cualquier momento, pasando el acusado a ser acusador, el condenado
a condenar, el muerto a exigir justicia en la muerte de sus homicidas.
Poco pudieron descansar el sábado. Aunque no querían cruzar
el umbral de un gentil por temor a la contaminación, celebraron
un concilio acerca del cuerpo de Cristo. La muerte y el sepulcro
debían retener a Aquel a quien habían crucificado. “Se juntaron los
[724]
príncipes de los sacerdotes y los fariseos a Pilato, diciendo: Señor,
nos acordamos que aquel engañador dijo, viviendo aún: Después de
tres días resucitaré. Manda, pues, que se asegure el sepulcro hasta el
día tercero; porque no vengan sus discípulos de noche, y le hurten, y
digan al pueblo: Resucitó de los muertos. Y será el postrer error peor
que el primero. Y Pilato les dijo: Tenéis una guardia: id, aseguradlo
como sabéis.
Los sacerdotes dieron instrucciones para asegurar el sepulcro.
Una gran piedra había sido colocada delante de la abertura. A través
de esta piedra pusieron sogas, sujetando los extremos a la roca sólida
y sellándolos con el sello romano. La piedra no podía ser movida
sin romper el sello. Una guardia de cien soldados fué entonces
colocada en derredor del sepulcro a fin de evitar que se le tocase.
Los sacerdotes hicieron todo lo que podían para conservar el cuerpo
de Cristo donde había sido puesto. Fué sellado tan seguramente en
su tumba como si hubiese de permanecer allí para siempre.
Así realizaron los débiles hombres sus consejos y sus planes. Po-
co comprendían estos homicidas la inutilidad de sus esfuerzos. Pero
por su acción Dios fué glorificado. Los mismos esfuerzos hechos
para impedir la resurrección de Cristo resultan los argumentos más
convincentes para probarla. Cuanto mayor fuese el número de solda-
dos colocados en derredor de la tumba, tanto más categórico sería el
testimonio de que había resucitado. Centenares de años antes de la