Página 717 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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En la tumba de José
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Los lamentos de los dolientes infundieron a millares de espíritus
la convicción de que se había apagado una gran luz en el mundo.
Sin Cristo, la tierra era tinieblas y obscuridad. Muchos cuyas voces
habían reforzado el clamor de “¡Crucifícale! ¡crucifícale!” compren-
dían ahora la calamidad que había caído sobre ellos, y con tanta
avidez habrían clamado: Dadnos a Jesús, si hubiese estado vivo.
Cuando la gente supo que Jesús había sido ejecutado por los
sacerdotes, empezó a preguntar acerca de su muerte. Los detalles
de su juicio fueron mantenidos tan en secreto como fué posible;
pero durante el tiempo que estuvo en la tumba, su nombre estuvo en
millares de labios; y los informes referentes al simulacro de juicio
a que había sido sometido y a la inhumanidad de los sacerdotes y
príncipes circularon por doquiera. Hombres de intelecto pidieron a
estos sacerdotes y príncipes que explicasen las profecías del Antiguo
Testamento concernientes al Mesías, y éstos, mientras procuraban
fraguar alguna mentira en respuesta, parecieron enloquecer. No
podían explicar las profecías que señalaban los sufrimientos y la
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muerte de Cristo, y muchos de los indagadores se convencieron de
que las Escrituras se habían cumplido.
La venganza que los sacerdotes habían pensado sería tan dulce
era ya amargura para ellos. Sabían que el pueblo los censuraba
severamente y que los mismos en quienes habían influído contra
Jesús estaban ahora horrorizados por su vergonzosa obra. Estos
sacerdotes habían procurado creer que Jesús era un impostor; pero
era en vano. Algunos de ellos habían estado al lado de la tumba de
Lázaro y habían visto al muerto resucitar. Temblaron temiendo que
Cristo mismo resucitase de los muertos y volviese a aparecer delante
de ellos. Le habían oído declarar que él tenía poder para deponer
su vida y volverla a tomar. Recordaron que había dicho: “Destruid
este templo, y en tres días lo levantaré.
Judas les había repetido
las palabras dichas por Jesús a los discípulos durante el último viaje
a Jerusalén: “He aquí subimos a Jerusalem, y el Hijo del hombre
será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y
le condenarán a muerte; y le entregarán a los Gentiles para que le
escarnezcan, y azoten, y crucifiquen; mas al tercer día resucitará.
Cuando oyeron estas palabras, se burlaron de ellas y las ridi-
culizaron. Pero ahora recordaban que hasta aquí las predicciones
de Cristo se habían cumplido. Había dicho que resucitaría al tercer