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El Deseado de Todas las Gentes
había aprendido de la naturaleza acerca del amor, la bondad y la
benignidad de Dios.
Enseñaba a todos a considerarse dotados de talentos preciosos,
que, si los empleaban debidamente, les granjearían riquezas eternas.
Arrancaba toda vanidad de la vida, y por su propio ejemplo enseñaba
que todo momento del tiempo está cargado de resultados eternos;
que ha de apreciarse como un tesoro, y emplearse con propósitos
santos. No pasaba por alto a ningún ser humano como indigno, sino
que procuraba aplicar a cada alma el remedio salvador. En cualquier
compañía donde se encontrase, presentaba una lección apropiada al
momento y las circunstancias. Procuraba inspirar esperanza a los
más toscos y menos promisorios, presentándoles la seguridad de
que podrían llegar a ser sin culpa e inocentes, y adquirir un carácter
que los revelase como hijos de Dios. Con frecuencia se encontraba
con aquellos que habían caído bajo el dominio de Satanás y no te-
nían fuerza para escapar de su lazo. A una persona tal, desalentada,
enferma, tentada y caída, Jesús dirigía palabras de la más tierna
compasión, palabras que eran necesarias y podían ser comprendi-
das. A otros encontraba que estaban luchando mano a mano con el
adversario de las almas. Los estimulaba a perseverar, asegurándoles
que vencerían; porque los ángeles de Dios estaban de su parte y les
darían la victoria. Los que eran así ayudados se convencían de que
era un ser en quien podían confiar plenamente. El no traicionaría los
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secretos que volcaban en su oído lleno de simpatía.
Jesús sanaba el cuerpo tanto como el alma. Se interesaba en
toda forma de sufrimiento que llegase a su conocimiento, y para
todo doliente a quien aliviaba, sus palabras bondadosas eran como
un bálsamo suavizador. Nadie podía decir que había realizado un
milagro; pero una virtud—la fuerza sanadora del amor—emanaba
de él hacia los enfermos y angustiados. Así, en una forma discreta,
obraba por la gente desde su misma niñez. Esa fué la razón por la cual
después que comenzó su ministerio público, tantos le escucharon
gustosamente.
Sin embargo, durante su niñez, su juventud y su edad viril, Jesús
anduvo solo. En su pureza y fidelidad, pisó solo el lagar, y ninguno
del pueblo estuvo con él. Llevó el espantoso peso de la responsa-
bilidad de salvar a los hombres. Sabía que a menos que hubiese
un cambio definido en los principios y los propósitos de la familia