Días de conflicto
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del escenario de su trabajo, para ir a los campos a meditar en los
verdes valles, para estar en comunión con Dios en la ladera de la
montaña, o entre los árboles del bosque. La madrugada le encontraba
con frecuencia en algún lugar aislado, meditando, escudriñando las
Escrituras, u orando. De estas horas de quietud, volvía a su casa para
reanudar sus deberes y para dar un ejemplo de trabajo paciente.
La vida de Cristo estaba señalada por el respeto y el amor hacia
su madre. María creía en su corazón que el santo niño nacido de ella
era el Mesías prometido desde hacía tanto tiempo; y, sin embargo, no
se atrevía a expresar su fe. Durante toda su vida terrenal compartió
sus sufrimientos. Presenció con pesar las pruebas a él impuestas en
su niñez y juventud. Por justificar lo que ella sabía ser correcto en su
conducta, ella misma se veía en situaciones penosas. Consideraba
que las relaciones del hogar y el tierno cuidado de la madre sobre
sus hijos, eran de vital importancia en la formación del carácter.
Los hijos y las hijas de José sabían esto, y apelando a su ansiedad,
trataban de corregir las prácticas de Jesús de acuerdo con su propia
norma.
María hablaba con frecuencia con Jesús, y le instaba a confor-
marse a las costumbres de los rabinos. Pero no podía persuadirle
a cambiar sus hábitos de contemplar las obras de Dios y tratar de
aliviar el sufrimiento de los hombres y aun de los animales. Cuando
los sacerdotes y maestros pedían la ayuda de María para dominar
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a Jesús, ella se sentía muy afligida; pero su corazón se apaciguaba
cuando él presentaba las declaraciones de la Escritura que sostenían
sus prácticas.
A veces vacilaba entre Jesús y sus hermanos, que no creían que
era el enviado de Dios; pero abundaban las evidencias de la divini-
dad de su carácter. Lo veía sacrificarse en beneficio de los demás. Su
presencia introducía una atmósfera más pura en el hogar, y su vida
obraba como levadura entre los elementos de la sociedad. Inocente
e inmaculado, andaba entre los irreflexivos, los toscos y descorte-
ses, entre los deshonestos publicanos, los temerarios pródigos, los
injustos samaritanos, los soldados paganos, los rudos campesinos
y la turba mixta. Pronunciaba una palabra de simpatía aquí y otra
allí, al ver a los hombres cansados, y sin embargo obligados a llevar
pesadas cargas. Compartía sus cargas, y les repetía las lecciones que