Capítulo 82—“¿Por qué lloras?”
Este capítulo está basado en Mateo 28:1, 5-8; Marcos 16:1-8; Lucas
24:1-12; Juan 20:1-18.
LAS mujeres que habían estado al lado de la cruz de Cristo
esperaron velando que transcurriesen las horas del sábado. El primer
día de la semana
muy temprano, se dirigieron a la tumba llevando
consigo especias preciosas para ungir el cuerpo del Salvador. No
pensaban que resucitaría. El sol de su esperanza se había puesto, y
había anochecido en sus corazones. Mientras andaban, relataban las
obras de misericordia de Cristo y sus palabras de consuelo. Pero no
recordaban sus palabras: “Otra vez os veré.
Ignorando lo que estaba sucediendo, se acercaron al huerto di-
ciendo mientras andaban: “¿Quién nos revolverá la piedra de la
puerta del sepulcro?” Sabían que no podrían mover la piedra, pero
seguían adelante. Y he aquí, los cielos resplandecieron de repente
con una gloria que no provenía del sol naciente. La tierra tembló.
Vieron que la gran piedra había sido apartada. El sepulcro estaba
vacío.
Las mujeres no habían venido todas a la tumba desde la misma
dirección. María Magdalena fué la primera en llegar al lugar; y al
ver que la piedra había sido sacada, se fué presurosa para contarlo a
los discípulos. Mientras tanto, llegaron las otras mujeres. Una luz
resplandecía en derredor de la tumba, pero el cuerpo de Jesús no
estaba allí. Mientras se demoraban en el lugar, vieron de repente
que no estaban solas. Un joven vestido de ropas resplandecientes
estaba sentado al lado de la tumba. Era el ángel que había apartado la
piedra. Había tomado el disfraz de la humanidad, a fin de no alarmar
a estas personas que amaban a Jesús. Sin embargo, brillaba todavía
en derredor de él la gloria celestial, y las mujeres temieron. Se dieron
vuelta para huir, pero las palabras del ángel detuvieron sus pasos.
“No temáis vosotras—les dijo;—porque yo sé que buscáis a Jesús,
que fué crucificado. No está aquí; porque ha resucitado, como dijo.
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