Página 728 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Venid, ved el lugar donde fué puesto el Señor. E id presto, decid a
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sus discípulos que ha resucitado de los muertos.” Volvieron a mirar
al interior del sepulcro y volvieron a oír las nuevas maravillosas.
Otro ángel en forma humana estaba allí, y les dijo: “¿Por qué buscáis
entre los muertos al que vive? No está aquí, mas ha resucitado:
acordaos de lo que os habló, cuando aun estaba en Galilea, diciendo:
Es menester que el Hijo del hombre sea entregado en manos de
hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día.”
¡Ha resucitado, ha resucitado! Las mujeres repiten las palabras
vez tras vez. Ya no necesitan las especias para ungirle. El Salvador
está vivo, y no muerto. Recuerdan ahora que cuando hablaba de su
muerte, les dijo que resucitaría. ¡Qué día es éste para el mundo!
Prestamente, las mujeres se apartaron del sepulcro y “con temor y
gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos.”
María no había oído las buenas noticias. Ella fué a Pedro y a
Juan con el triste mensaje: “Han llevado al Señor del sepulcro, y no
sabemos dónde le han puesto.” Los discípulos se apresuraron a ir
a la tumba, y la encontraron como había dicho María. Vieron los
lienzos y el sudario, pero no hallaron a su Señor. Sin embargo, había
allí un testimonio de que había resucitado. Los lienzos mortuorios
no habían sido arrojados con negligencia a un lado, sino cuidado-
samente doblados, cada uno en un lugar adecuado. Juan “vió, y
creyó.” No comprendía todavía la escritura que afirmaba que Cristo
debía resucitar de los muertos; pero recordó las palabras con que el
Salvador había predicho su resurrección.
Cristo mismo había colocado esos lienzos mortuorios con tanto
cuidado. Cuando el poderoso ángel bajó a la tumba, se le unió otro,
quien, con sus acompañantes, había estado guardando el cuerpo del
Señor. Cuando el ángel del cielo apartó la piedra, el otro entró en la
tumba y desató las envolturas que rodeaban el cuerpo de Jesús. Pero
fué la mano del Salvador la que dobló cada una de ellas y la puso
en su lugar. A la vista de Aquel que guía tanto a la estrella como al
átomo, no hay nada sin importancia. Se ven orden y perfección en
toda su obra.
María había seguido a Juan y a Pedro a la tumba; cuando volvie-
ron a Jerusalén, ella quedó. Mientras miraba al interior de la tumba
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vacía, el pesar llenaba su corazón. Mirando hacia adentro, vió a los
dos ángeles, el uno a la cabeza y el otro a los pies de donde había