Página 731 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

“¿Por qué lloras?”
727
ya ser retenido por el enemigo la muerte, para revelarles que tenía
el mismo corazón lleno de amor que cuando estaba con ellos como
su amado Maestro, les apareció vez tras vez. Quería estrechar aun
más en derredor de ellos los vínculos de su amor. Id, decid a mis
hermanos—dijo,—que se encuentren conmigo en Galilea.
Al oír esta cita tan definida, los discípulos empezaron a recordar
las palabras con que Cristo les predijera su resurrección. Pero aun
así no se regocijaban. No podían desechar su duda y perplejidad.
Aun cuando las mujeres declararon que habían visto al Señor, los
discípulos no querían creerlo. Pensaban que era pura ilusión.
Una dificultad parecía acumularse sobre otra. El sexto día de la
semana habían visto morir a su Maestro, el primer día de la semana
siguiente se encontraban privados de su cuerpo, y se les acusaba
de haberlo robado para engañar a la gente. Desesperaban de poder
corregir alguna vez las falsas impresiones que se estaban formando
contra ellos. Temían la enemistad de los sacerdotes y la ira del
pueblo. Anhelaban la presencia de Jesús, quien les había ayudado
en toda perplejidad.
Con frecuencia repetían las palabras: “Esperábamos que él era
el que había de redimir a Israel.” Solitarios y con corazón abatido,
recordaban sus palabras: “Si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en
el seco, qué se hará?
Se reunieron en el aposento alto y, sabiendo
que la suerte de su amado Maestro podía ser la suya en cualquier
momento, cerraron y atrancaron las puertas.
Y todo el tiempo podrían haber estado regocijándose en el co-
nocimiento de un Salvador resucitado. En el huerto, María había
estado llorando cuando Jesús estaba cerca de ella. Sus ojos estaban
tan cegados por las lágrimas que no le conocieron. Y el corazón de
los discípulos estaba tan lleno de pesar que no creyeron el mensaje
de los ángeles ni las palabras de Cristo.
[737]
¡Cuántos están haciendo todavía lo que hacían esos discípulos!
¡Cuántos repiten el desesperado clamor de María: “Han llevado al
Señor, ... y no sabemos dónde le han puesto”! ¡A cuántos podrían
dirigirse las palabras del Salvador: “¿Por qué lloras? ¿a quién bus-
cas?” Está al lado de ellos, pero sus ojos cegados por las lágrimas
no lo ven. Les habla, pero no lo entienden.
¡Ojalá que la cabeza inclinada pudiese alzarse, que los ojos se
abriesen para contemplarle, que los oídos pudiesen escuchar su voz!