Página 745 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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De nuevo a orillas del mar
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daron participar en este plan; necesitaban el alimento y las ropas que
la pesca de una noche de éxito podría proporcionarles. Así que salie-
ron en su barco, pero no prendieron nada. Trabajaron toda la noche
sin éxito. Durante las largas horas, hablaron de su Señor ausente y
recordaron las escenas maravillosas que habían presenciado durante
su ministerio a orillas del mar. Se hacían preguntas en cuanto a su
propio futuro, y se entristecían al contemplar la perspectiva que se
les presentaba.
Mientras tanto un observador solitario, invisible, los seguía con
los ojos desde la orilla. Al fin, amaneció. El barco estaba cerca de
la orilla, y los discípulos vieron de pie sobre la playa a un extraño
que los recibió con la pregunta: “Mozos, ¿tenéis algo de comer?”
Cuando contestaron: “No,” “él les dice: Echad la red a la mano
derecha del barco, y hallaréis. Entonces la echaron, y no la podían
en ninguna manera sacar, por la multitud de peces.”
Juan reconoció al extraño, y le dijo a Pedro: “El Señor es.” Pedro
se regocijó de tal manera que en su apresuramiento se echó al agua
y pronto estuvo al lado de su Maestro. Los otros discípulos vinieron
en el barco arrastrando la red llena de peces. “Y como descendieron
a tierra, vieron ascuas puestas, y un pez encima de ellas, y pan.”
Estaban demasiado asombrados para preguntar de dónde venían
el fuego y la comida. “Díceles Jesús: Traed de los peces que cogisteis
ahora.” Pedro corrió hacia la red, que él había echado y ayudado a
sus hermanos a arrastrar hacia la orilla. Después de terminado el
trabajo y hechos los preparativos, Jesús invitó a los discípulos a venir
y comer. Partió el alimento y lo dividió entre ellos, y fué conocido y
reconocido por los siete. Recordaron entonces el milagro de cómo
habían sido alimentadas las cinco mil personas en la ladera del
monte; pero los dominaba una misteriosa reverencia, y en silencio
miraban al Salvador resucitado.
Vívidamente recordaban la escena ocurrida al lado del mar cuan-
do Jesús les había ordenado que le siguieran. Recordaban cómo, a
su orden, se habían dirigido mar adentro, habían echado la red y
habían prendido tantos peces que la llenaban hasta el punto de rom-
perla. Entonces Jesús los había invitado a dejar sus barcos y había
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prometido hacerlos pescadores de hombres. Con el fin de hacerles
recordar esta escena y profundizar su impresión, había realizado de
nuevo este milagro. Su acto era una renovación del encargo hecho a