Página 746 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
los discípulos. Demostraba que la muerte de su Maestro no había
disminuído su obligación de hacer la obra que les había asignado.
Aunque habían de quedar privados de su compañía personal y de
los medios de sostén que les proporcionara su empleo anterior, el
Salvador resucitado seguiría cuidando de ellos. Mientras estuviesen
haciendo su obra, proveería a sus necesidades. Y Jesús tenía un
propósito al invitarlos a echar la red hacia la derecha del barco. De
ese lado estaba él, en la orilla. Era el lado de la fe. Si ellos trabajaban
en relación con él y se combinaba su poder divino con el esfuerzo
humano, no podrían fracasar.
Cristo tenía otra lección que dar, especialmente relacionada con
Pedro. La forma en que Pedro había negado a su Maestro había
ofrecido un vergonzoso contraste con sus anteriores profesiones de
lealtad. Había deshonrado a Cristo e incurrido en la desconfianza de
sus hermanos. Ellos pensaban que no se le debía permitir asumir su
posición anterior entre ellos, y él mismo sentía que había perdido su
confianza. Antes de ser llamado a asumir de nuevo su obra apostólica,
debía dar delante de todos ellos pruebas de su arrepentimiento. Sin
esto, su pecado, aunque se hubiese arrepentido de él, podría destruir
su influencia como ministro de Cristo. El Salvador le dió oportunidad
de recobrar la confianza de sus hermanos y, en la medida de lo
posible, eliminar el oprobio que había atraído sobre el Evangelio.
En esto es dada una lección para todos los que siguen a Cristo.
El Evangelio no transige con el mal. No puede disculpar el pecado.
Los pecados secretos han de ser confesados en secreto a Dios. Pero
el pecado abierto requiere una confesión abierta. El oprobio que
ocasiona el pecado del discípulo recae sobre Cristo. Hace triunfar a
Satanás, y tropezar a las almas vacilantes. El discípulo debe, hasta
donde esté a su alcance, eliminar ese oprobio dando prueba de su
arrepentimiento.
Mientras Cristo y los discípulos estaban comiendo juntos a ori-
llas del mar, el Salvador dijo a Pedro, refiriéndose a sus hermanos:
“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” Pedro había de-
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clarado una vez: “Aunque todos sean escandalizados en ti, yo nunca
seré escandalizado.
Pero ahora supo estimarse con más verdad.
“Sí, Señor—dijo:—tú sabes que te amo.” No aseguró vehemente-
mente que su amor fuese mayor que el de sus hermanos. No expresó
su propia opinión acerca de su devoción. Apeló a Aquel que puede