De nuevo a orillas del mar
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leer todos los motivos del corazón, para que juzgase de su sinceridad:
“Tú sabes que te amo.” Y Jesús le ordenó: “Apacienta mis corderos.”
Nuevamente Jesús probó a Pedro, repitiendo sus palabras an-
teriores: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” Esta vez no preguntó
a Pedro si le amaba más que sus hermanos. La segunda respuesta
fué como la primera, libre de seguridad extravagante: “Sí, Señor: tú
sabes que te amo.” Y Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas.” Una vez
más el Salvador le dirige la pregunta escrutadora: “Simón, hijo de
Jonás, ¿me amas?” Pedro se entristeció; pensó que Jesús dudaba de
su amor. Sabía que su Maestro tenía motivos para desconfiar de él, y
con corazón dolorido contestó: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú
sabes que te amo.” Y Jesús volvió a decirle: “Apacienta mis ovejas.”
Tres veces había negado Pedro abiertamente a su Señor, y tres
veces Jesús obtuvo de él la seguridad de su amor y lealtad, haciendo
penetrar en su corazón esta aguda pregunta, como una saeta armada
de púas que penetrase en su herido corazón. Delante de los discípulos
congregados, Jesús reveló la profundidad del arrepentimiento de
Pedro, y demostró cuán cabalmente humillado se hallaba el discípulo
una vez jactancioso.
Pedro era naturalmente audaz e impulsivo, y Satanás se había
valido de estas características para vencerle. Precisamente antes de
la caída de Pedro, Jesús le había dicho: “Satanás os ha pedido para
zarandaros como a trigo; mas yo he rogado por ti que tu fe no falte:
y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.
Había llegado ese
momento, y era evidente la transformación realizada en Pedro. Las
preguntas tan apremiantes por las cuales el Señor le había probado,
no habían arrancado una sola respuesta impetuosa o vanidosa; y
a causa de su humillación y arrepentimiento, Pedro estaba mejor
preparado que nunca antes para actuar como pastor del rebaño.
La primera obra que Cristo confió a Pedro al restaurarle en su
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ministerio consistía en apacentar a los corderos. Era una obra en
la cual Pedro tenía poca experiencia. Iba a requerir gran cuidado y
ternura, mucha paciencia y perseverancia. Le llamaba a ministrar a
aquellos que fuesen jóvenes en la fe, a enseñar a los ignorantes, a
presentarles las Escrituras y educarlos para ser útiles en el servicio
de Cristo. Hasta entonces Pedro no había sido apto para hacer esto,
ni siquiera para comprender su importancia. Pero ésta era la obra