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El Deseado de Todas las Gentes
seguridad a la debilidad y decadencia espirituales. Donde no hay
labor activa por los demás, se desvanece el amor, y se empaña la fe.
Cristo quiere que sus ministros sean educadores de la iglesia en
la obra evangélica. Han de enseñar a la gente a buscar y salvar a los
perdidos. Pero, ¿es ésta la obra que están haciendo? ¡Ay, cuán pocos
se esfuerzan para avivar la chispa de vida en una iglesia que está
por morir! ¡Cuántas iglesias son atendidas como corderos enfermos
por aquellos que debieran estar buscando a las ovejas perdidas! Y
mientras tanto millones y millones están pereciendo sin Cristo.
El amor divino ha sido conmovido hasta sus profundidades in-
sondables por causa de los hombres, y los ángeles se maravillan al
contemplar una gratitud meramente superficial en los que son objeto
de un amor tan grande. Los ángeles se maravillan al ver el aprecio
superficial que tienen los hombres por el amor de Dios. El cielo se
indigna al ver la negligencia manifestada en cuanto a las almas de
los hombres. ¿Queremos saber cómo lo considera Cristo? ¿Cuáles
serían los sentimientos de un padre y una madre si supiesen que su
hijo, perdido en el frío y la nieve, había sido pasado de lado y que
le dejaron perecer aquellos que podrían haberle salvado? ¿No esta-
rían terriblemente agraviados, indignadísimos? ¿No denunciarían
a aquellos homicidas con una ira tan ardiente como sus lágrimas,
tan intensa como su amor? Los sufrimientos de cada hombre son
los sufrimientos del Hijo de Dios, y los que no extienden una mano
auxiliadora a sus semejantes que perecen, provocan su justa ira.
Esta es la ira del Cordero. A los que aseveran tener comunión con
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Cristo y sin embargo han sido indiferentes a las necesidades de sus
semejantes, les declarará en el gran día del juicio: “No os conozco
de dónde seáis; apartaos de mí todos los obreros de iniquidad.
En el mandato dirigido a sus discípulos, Cristo no sólo esbozó
su obra, sino que les dió su mensaje. Enseñad al pueblo, dijo, “que
guarden todas las cosas que os he mandado.” Los discípulos habían
de enseñar lo que Cristo había enseñado. Ello incluye lo que él
había dicho, no solamente en persona, sino por todos los profetas
y maestros del Antiguo Testamento. Excluye la enseñanza huma-
na. No hay lugar para la tradición, para las teorías y conclusiones
humanas ni para la legislación eclesiástica. Ninguna ley ordenada
por la autoridad eclesiástica está incluída en el mandato. Ninguna
de estas cosas han de enseñar los siervos de Cristo. “La ley y los